-¡Quiéreme Sören! Lo necesito. Tal vez si no me quieres podrías intentar fingirlo…
-¡Lörna Mälden, eres terrible! ¿Jamás comprenderás que ahora mi amor solo podrá ser para tu hermano Ihrën?
-¡Eres cruel, te odio!- Sören se dispone a partir y Lörna se ase a su muñeca como si su vida dependiera de mantener a su amor junto a ella. -No, espera, no te vayas,… ¡Quédate, te necesito! ¡Sören, por favor, ámame!
-Lörna, nunca te podré querer porque eres el ser más egoísta que he tenido la desgracia de conocer, siempre pensando en tus deseos y necesidades. ¡Eres un monstruo! Y esta vez no lo digo por tu evidente fealdad.
Es mediodía en alguna populosa urbe del norte de Europa. El hombre incólume soporta estoico los lamentos de la malcarada mujer. Cerrando los ojos, Sören se zafó de la mano de Lörna Mälden. Ella, rota por dentro, creyó notar cómo su alma gritaba agonizante. En un gesto pretendidamente cargado de patetismo se dejó caer al suelo lloriqueando arrodillada. Sören miró hacia atrás, cual hebrea Sarah abandonando a sus bienamados sodomitas. Empero en vez de transformarse en pétrea estatua de sal, continuó impertérrito su camino hacia el dentista. Necesitaba imperiosamente un blanqueamiento dental. El tercero de este año.
Mientras tanto, en un lugar no muy alejado, Ihrën acababa de degollar a un pollo tras torturarlo de muy diversas y exóticas maneras. En verdad, Ihrën había de tener el alma rebosante de hiel. Un pensamiento recorría su mente una y otra vez: “Solo me importo yo”. Es menester hacer notar la pavorosa maldad que encierra Ihrën Mälden en su interior. ¿Cómo si no se explicaría este maltrato a un indefenso animal?
-¡Lörna Mälden, eres terrible! ¿Jamás comprenderás que ahora mi amor solo podrá ser para tu hermano Ihrën?
-¡Eres cruel, te odio!- Sören se dispone a partir y Lörna se ase a su muñeca como si su vida dependiera de mantener a su amor junto a ella. -No, espera, no te vayas,… ¡Quédate, te necesito! ¡Sören, por favor, ámame!
-Lörna, nunca te podré querer porque eres el ser más egoísta que he tenido la desgracia de conocer, siempre pensando en tus deseos y necesidades. ¡Eres un monstruo! Y esta vez no lo digo por tu evidente fealdad.
Es mediodía en alguna populosa urbe del norte de Europa. El hombre incólume soporta estoico los lamentos de la malcarada mujer. Cerrando los ojos, Sören se zafó de la mano de Lörna Mälden. Ella, rota por dentro, creyó notar cómo su alma gritaba agonizante. En un gesto pretendidamente cargado de patetismo se dejó caer al suelo lloriqueando arrodillada. Sören miró hacia atrás, cual hebrea Sarah abandonando a sus bienamados sodomitas. Empero en vez de transformarse en pétrea estatua de sal, continuó impertérrito su camino hacia el dentista. Necesitaba imperiosamente un blanqueamiento dental. El tercero de este año.
Mientras tanto, en un lugar no muy alejado, Ihrën acababa de degollar a un pollo tras torturarlo de muy diversas y exóticas maneras. En verdad, Ihrën había de tener el alma rebosante de hiel. Un pensamiento recorría su mente una y otra vez: “Solo me importo yo”. Es menester hacer notar la pavorosa maldad que encierra Ihrën Mälden en su interior. ¿Cómo si no se explicaría este maltrato a un indefenso animal?