Antes de retomar el secuestro de Lörna, el cruel autor se ha tomado la libertad de incluir dos capítulos que rompen con la historia. Son unos chascarrillos sin importancia, para qué negarlo, pero así parece que el rapto dura un poco más sin necesidad de ahondar en una situación que podría conseguir que aborreciéramos a Sören, y eso es algo que no sería conveniente para el desarrollo de los sucesos venideros.
El siguiente fragmento es un extracto del diario personal que Lörna Mälden escribió en su adolescencia, aquí reproducido con el consentimiento de sus fácilmente sobornables herederos:
La verdad, yo creía que a estas alturas de mi vida había perdido la timidez sin posibilidad de recuperarla. Pero parece que cuando te empiezas a sentir segura de ti misma, surge una hemorroide y te entra una vergüenza que crees que te estás hundiendo poco a poco en ácido holístico.
Esta mañana, aturdida como alguien que se ha pasado con el tema y fuera de control como un niño hiperactivo tras haber dado cuenta de una ingente cantidad de gominolas, decidí ir a la zona de farmacia del centro comercial a que me dieran algún remedio contra mi ominosa afección. Nunca he sentido vergüenza con el personal de farmacia, pero sí que en alguna ocasión me he sentido cohibida por los clientes que están esperando y te observan escrutando tus acciones. Siempre he sido yo quien le ha comprado los preservativos a mi hermano sin avergonzarme, pero con lo que ahora me pasa no puedo remediarlo.
Llegué esta mañana decidida, esperando que la farmacia estuviera vacía y afortunadamente no había nadie. Solamente una mujer que ya había adquirido sus productos y se disponía a abandonar el mostrador rumbo a otras zonas de compra.
-Buenos días, ¿qué desea?- me dijo la joven asistente de tienda con una voz demasiado mecánica para ser humana.
-Verás, es que hace unos días...- de inmediato me giré para comprobar que no había nadie. Para mi desesperación en ese momento, oí voces a mi espalda que hacían presagiar algo terrible. Agudicé la vista y comprobé a mi pesar que tenía detrás de mí a dos ejecutivos fornidos y otro bastante más pequeño. ¿Y ahora qué hago?, pensé en ese momento.
-Buenos días- dijeron los tres a la vez como si obedecieran alguna orden de mando imperceptible, acostumbrados a actuar al unísono. Contestamos a la vez la asistente y yo. Mi ‘buenos días’ fue casi un leve susurro, salido de lo más profundo de mi débil y consternado ser.
En ese momento noté como la tecnoasistente me miraba fijamente, esperando a que yo continuara. Suspiré, cerré los ojos con fuerza y respirando entrecortadamente dije sin vacilar con una voz casi inaudible:
-Tengo una hemorroide.
-¿Picor o dolor?- esas dos palabras dichas en voz alta, casi gritando, hicieron que abriera los ojos y me encontrara en medio del establecimiento, rodeada de tres intrépidos hombres trajeados que se mantenían en el más absoluto silencio.
¿No puede chillar más?, pensé mientras me subía un calor horroroso por todo el cuerpo y comenzaba a sentir como mi cara se ponía del color de mi hemorroide por momentos.
-Picor, solo picor- dije con un hilo de voz.
La dependienta asintió y fue toda decidida al estante donde guardan todos los productos milagrosos. La tensión se mascaba en el aire, yo no me atrevía a mirar hacia ningún lado. La mirada baja, Lörna, no la subas, por el amor del Wok, que como veas una leve sonrisa en estos tres, la tierra se abrirá y te engullirá arrastrándote a las oscuras profundidades del oprobio.
De pronto un grito me hizo volver en mí...-¿La afección es interna o externa?- soltó la maldita impúdica, que en ese momento volvía toda decidida con un par de cajas de fármacos en la mano.
-Exterior- dije en un leve susurro.
-Interior, ya- dijo la de la bata blanca. Se le debía haber estropeado el sensor auditivo.
-No, exterior y me pica hasta extremos insoportables- dije casi en un alarido.
-Ah, ya. Entonces esta pomada te vendrá bien. Mira, conviene que te laves con agua muy fría. Si es posible ponte a ratos un cubito de hielo directamente en la hemorroide...
-Muy bien ¿Me cobras?- dije desesperada por salir de allí lo más rápido posible.
-Son muy molestas las hemorroides-continuó la bruja de metal- además ahora en otoño dan mucho la lata ¿Le ayudo en algo más?
-No, nada más, gracias...
El silencio seguía mortificándome. Saqué la tarjeta y le pagué. Al dar la vuelta para salir, como giré muy deprisa no me percaté de que uno de los ejecutivos, el pequeñín, estaba justo colocado detrás de mí, y claro está, lo que yo había tratado de impedir en todo momento se hizo inevitable. Choqué contra el hombre que me dijo sonriendo -No pasa nada, y que se te cure pronto, guapa. Por cierto, mi nombre es Värni, no tengas reparo en llamarme si algún día quieres tomar algo conmigo. Te prometo que tendré cuidado con esa zona, si es que intimamos.- El locuaz caballero me tendió su tarjeta de visita como si tal cosa.
Queriendo desintegrarme y desaparecer, salí disparada del lugar. Qué asco, odio las hemorroides. Debería tomar más fibra.
Tres días después, hay una anotación mucho más escueta, que por su interés reproducimos a continuación:
Ayer salí con Värni, el hombre de la farmacia. El malnacido no tuvo ningún cuidado con mi parte dolorida. Además no paró de decir que lo nuestro iba a ser legendario. Creo que es otro de esos hombres a quienes no les importa acostarse con cualquier mujer menor de cuarenta años, para no volver a llamarla nunca más. El único tipo de hombres a los que puedo llegar a interesar.
El siguiente fragmento es un extracto del diario personal que Lörna Mälden escribió en su adolescencia, aquí reproducido con el consentimiento de sus fácilmente sobornables herederos:
La verdad, yo creía que a estas alturas de mi vida había perdido la timidez sin posibilidad de recuperarla. Pero parece que cuando te empiezas a sentir segura de ti misma, surge una hemorroide y te entra una vergüenza que crees que te estás hundiendo poco a poco en ácido holístico.
Esta mañana, aturdida como alguien que se ha pasado con el tema y fuera de control como un niño hiperactivo tras haber dado cuenta de una ingente cantidad de gominolas, decidí ir a la zona de farmacia del centro comercial a que me dieran algún remedio contra mi ominosa afección. Nunca he sentido vergüenza con el personal de farmacia, pero sí que en alguna ocasión me he sentido cohibida por los clientes que están esperando y te observan escrutando tus acciones. Siempre he sido yo quien le ha comprado los preservativos a mi hermano sin avergonzarme, pero con lo que ahora me pasa no puedo remediarlo.
Llegué esta mañana decidida, esperando que la farmacia estuviera vacía y afortunadamente no había nadie. Solamente una mujer que ya había adquirido sus productos y se disponía a abandonar el mostrador rumbo a otras zonas de compra.
-Buenos días, ¿qué desea?- me dijo la joven asistente de tienda con una voz demasiado mecánica para ser humana.
-Verás, es que hace unos días...- de inmediato me giré para comprobar que no había nadie. Para mi desesperación en ese momento, oí voces a mi espalda que hacían presagiar algo terrible. Agudicé la vista y comprobé a mi pesar que tenía detrás de mí a dos ejecutivos fornidos y otro bastante más pequeño. ¿Y ahora qué hago?, pensé en ese momento.
-Buenos días- dijeron los tres a la vez como si obedecieran alguna orden de mando imperceptible, acostumbrados a actuar al unísono. Contestamos a la vez la asistente y yo. Mi ‘buenos días’ fue casi un leve susurro, salido de lo más profundo de mi débil y consternado ser.
En ese momento noté como la tecnoasistente me miraba fijamente, esperando a que yo continuara. Suspiré, cerré los ojos con fuerza y respirando entrecortadamente dije sin vacilar con una voz casi inaudible:
-Tengo una hemorroide.
-¿Picor o dolor?- esas dos palabras dichas en voz alta, casi gritando, hicieron que abriera los ojos y me encontrara en medio del establecimiento, rodeada de tres intrépidos hombres trajeados que se mantenían en el más absoluto silencio.
¿No puede chillar más?, pensé mientras me subía un calor horroroso por todo el cuerpo y comenzaba a sentir como mi cara se ponía del color de mi hemorroide por momentos.
-Picor, solo picor- dije con un hilo de voz.
La dependienta asintió y fue toda decidida al estante donde guardan todos los productos milagrosos. La tensión se mascaba en el aire, yo no me atrevía a mirar hacia ningún lado. La mirada baja, Lörna, no la subas, por el amor del Wok, que como veas una leve sonrisa en estos tres, la tierra se abrirá y te engullirá arrastrándote a las oscuras profundidades del oprobio.
De pronto un grito me hizo volver en mí...-¿La afección es interna o externa?- soltó la maldita impúdica, que en ese momento volvía toda decidida con un par de cajas de fármacos en la mano.
-Exterior- dije en un leve susurro.
-Interior, ya- dijo la de la bata blanca. Se le debía haber estropeado el sensor auditivo.
-No, exterior y me pica hasta extremos insoportables- dije casi en un alarido.
-Ah, ya. Entonces esta pomada te vendrá bien. Mira, conviene que te laves con agua muy fría. Si es posible ponte a ratos un cubito de hielo directamente en la hemorroide...
-Muy bien ¿Me cobras?- dije desesperada por salir de allí lo más rápido posible.
-Son muy molestas las hemorroides-continuó la bruja de metal- además ahora en otoño dan mucho la lata ¿Le ayudo en algo más?
-No, nada más, gracias...
El silencio seguía mortificándome. Saqué la tarjeta y le pagué. Al dar la vuelta para salir, como giré muy deprisa no me percaté de que uno de los ejecutivos, el pequeñín, estaba justo colocado detrás de mí, y claro está, lo que yo había tratado de impedir en todo momento se hizo inevitable. Choqué contra el hombre que me dijo sonriendo -No pasa nada, y que se te cure pronto, guapa. Por cierto, mi nombre es Värni, no tengas reparo en llamarme si algún día quieres tomar algo conmigo. Te prometo que tendré cuidado con esa zona, si es que intimamos.- El locuaz caballero me tendió su tarjeta de visita como si tal cosa.
Queriendo desintegrarme y desaparecer, salí disparada del lugar. Qué asco, odio las hemorroides. Debería tomar más fibra.
Tres días después, hay una anotación mucho más escueta, que por su interés reproducimos a continuación:
Ayer salí con Värni, el hombre de la farmacia. El malnacido no tuvo ningún cuidado con mi parte dolorida. Además no paró de decir que lo nuestro iba a ser legendario. Creo que es otro de esos hombres a quienes no les importa acostarse con cualquier mujer menor de cuarenta años, para no volver a llamarla nunca más. El único tipo de hombres a los que puedo llegar a interesar.