Como ya se mencionó con anterioridad, Sören quería ser padre. Pero Lörna, su actual pareja, no estaba muy por la labor. Una cosa es que hubiera dejado de asesinar y otra es que quisiera tener hijos. En vista de la situación, Sören decidió realizar una donación de semen. En general una donación anónima de semen no se utiliza, solo en contadas ocasiones sirve para que una mujer sin amigos guapos se quede embarazada. El destino de la mayor parte de las donaciones es permanecer congeladas durante décadas hasta ser destruidas, pero esto no pasaría con la de Sören. Al tener un título universitario útil, un alto cociente intelectual, no ser propenso a ninguna enfermedad hereditaria y ser tan atractivo, le compraron su donación a un precio varias veces mayor al habitual. Con ese dinero compraría un par de espejos de los niños desfigurados, pues sentía mucho haberse deshecho de su colección.
En la clínica de inseminación hubieran deseado dividir la donación en muchas partes para conseguir más beneficios, pero aquello estaba rigurosamente prohibido. La creación de decenas de hermanastros generó multitud de problemas en el pasado. Se demostró que como tenían rasgos similares sentían una fuerte atracción entre ellos y al enterarse de que eran hijos del mismo padre, se generaban sentimientos encontrados y situaciones comprometidas. Por eso cada hombre no podía tener descendencia con más de cuatro mujeres diferentes, y por acaso si las cosas con sus dos primeras mujeres no funcionaban, los hombres solían donar semen solo una vez en su vida.
Horas después de que Sören tuviera el insulso orgasmo del que nacería Alëx, Lörna le dijo que ya no le quería porque era muy inmaduro y demasiado sexualmente ambiguo para ella. Él ya se lo veía venir y tampoco le importó mucho. En ese momento comprendió que si se enamoró de Lörna es porque siempre pensó en ella como en el último recurso y no pudo soportar que saltase al estrellato y desapareciera la posibilidad de estar a su lado si todo lo demás se torcía.
El Paraíso Google era por aquellos años un lugar donde primaba la falta de buen gusto y la afición por lo ostentoso. En cada pequeño detalle se notaba el lado pueril y aglutinante de la sociedad típica del extrarradio. Un historiador definió una vez el Paraíso como una mezcla entre Las Vegas y Marina D’Or, ciudad de vacaciones.
A Ihrën le daba igual el destino de su luna de miel, pero Ingrid lo tenía claro, a pesar de que no sabía muy bien el motivo. El Paraíso hacía honor a lo que se esperaba al oír su nombre: el clima subtropical y las playas paradisíacas colmaban los deseos tanto de recién casados como de secretarias que colmaban de atenciones a sus empleadores.
Fruto de uno de sus encuentros en el paraíso, Ingrid se quedó encinta. En un primer momento pensaron llamar Adäm al bebé en el caso de que fuera niño y Hëbba si se trataba de una niña. También barajaron Kaïn o Abël, pero en cuanto abandonaron el estado de embriaguez desecharon esas ideas. Poner el nombre a tu hijo solo por dónde fue concebido era muy vulgar, solo a una mente enferma se le ocurriría algo semejante. Más tarde, ya sobrios, tomaron la determinación de que el nombre debía de comenzar por I, como el suyo. Lo decidirían cuando le vieran la cara al recién nacido. Justo cuando el Empathorum Plus comenzará a hacer efecto en el padre de la criatura.
En la clínica de inseminación hubieran deseado dividir la donación en muchas partes para conseguir más beneficios, pero aquello estaba rigurosamente prohibido. La creación de decenas de hermanastros generó multitud de problemas en el pasado. Se demostró que como tenían rasgos similares sentían una fuerte atracción entre ellos y al enterarse de que eran hijos del mismo padre, se generaban sentimientos encontrados y situaciones comprometidas. Por eso cada hombre no podía tener descendencia con más de cuatro mujeres diferentes, y por acaso si las cosas con sus dos primeras mujeres no funcionaban, los hombres solían donar semen solo una vez en su vida.
Horas después de que Sören tuviera el insulso orgasmo del que nacería Alëx, Lörna le dijo que ya no le quería porque era muy inmaduro y demasiado sexualmente ambiguo para ella. Él ya se lo veía venir y tampoco le importó mucho. En ese momento comprendió que si se enamoró de Lörna es porque siempre pensó en ella como en el último recurso y no pudo soportar que saltase al estrellato y desapareciera la posibilidad de estar a su lado si todo lo demás se torcía.
El Paraíso Google era por aquellos años un lugar donde primaba la falta de buen gusto y la afición por lo ostentoso. En cada pequeño detalle se notaba el lado pueril y aglutinante de la sociedad típica del extrarradio. Un historiador definió una vez el Paraíso como una mezcla entre Las Vegas y Marina D’Or, ciudad de vacaciones.
A Ihrën le daba igual el destino de su luna de miel, pero Ingrid lo tenía claro, a pesar de que no sabía muy bien el motivo. El Paraíso hacía honor a lo que se esperaba al oír su nombre: el clima subtropical y las playas paradisíacas colmaban los deseos tanto de recién casados como de secretarias que colmaban de atenciones a sus empleadores.
Fruto de uno de sus encuentros en el paraíso, Ingrid se quedó encinta. En un primer momento pensaron llamar Adäm al bebé en el caso de que fuera niño y Hëbba si se trataba de una niña. También barajaron Kaïn o Abël, pero en cuanto abandonaron el estado de embriaguez desecharon esas ideas. Poner el nombre a tu hijo solo por dónde fue concebido era muy vulgar, solo a una mente enferma se le ocurriría algo semejante. Más tarde, ya sobrios, tomaron la determinación de que el nombre debía de comenzar por I, como el suyo. Lo decidirían cuando le vieran la cara al recién nacido. Justo cuando el Empathorum Plus comenzará a hacer efecto en el padre de la criatura.