Aquel martes era un precioso día en el que el sol lucía resplandeciente y alguien en un impoluto centro de ingeniería avanzada inventaba un nuevo artilugio para degradar aún más a la humanidad. Ese día parecía igual que otro cualquiera, pero algo sucedió que cambiaría todo a partir de entonces. Todavía nadie sabía lo que era, o mejor dicho, quién era. Ese día en concreto, Sören sintió la imperiosa necesidad de ser padre. No sabía que con el tiempo su descendiente se convertiría en el desencadenante de un fenómeno que conduciría al caos, desataría la ira de furibundas muchedumbres y acabaría temporalmente con la industria musical.
Es una lástima que Sören no sea un Mälden, porque la historia de su hijo es apasionante. Sin embargo, aquí se recogen exclusivamente los acontecimientos vividos por los Mälden, y si Sören ocupa un papel principal es porque está relacionado tanto con Lörna como con Ihrën, los hermanos Mälden, los auténticos protagonistas de la primera parte del libro que nos ocupa. Pero si la historia del hijo de Sören le parece interesante al autor, lo lógico es que se incluya en el libro. Por eso se incluirá y tanto da su apellido, pues como fácilmente se comprenderá, el narrador de una historia como la que nos ocupa no puede ser clasista en sus planteamientos. En cualquier caso Sören es un Dazs-Schnäbel, que como se intuye por tratarse de un apellido compuesto, nos habla de una familia de rancio abolengo, digna de ser incluida en cualquier libro, cena de gala o junta directiva.
Mientras que Sören concibió la idea de ser padre, por la mente de nuestra asesina favorita rondaban lúgubres pensamientos: mi labor social implica un compromiso que me impide llevar una vida normal. Ser asesino en serie es como ser ministro, si quieres hacerlo bien no puedes desconectar ni un solo momento, y yo tengo muchas cosas en las que pensar.
Lörna descubrió lo fútil de su desempeño cuando observó en las estadísticas que cada día nacían más de medio millón de personas. -Mis crímenes no tienen sentido- pensó Lörna al ver la exorbitante cifra. -Por mucho que mate sin descanso jamás conseguiré llegar a una cifra diaria tan alta. Además, ¿de dónde se supone que voy a sacar tanto ácido holístico sin levantar sospechas?
Efectivamente, si el propósito de matar es erradicar a la humanidad, el método elegido debe permitir que el número de fallecidos sea mayor que el de nacidos. Otra solución sería eliminar preferentemente a las embarazadas, pero se trataría de un procedimiento sexista y por tanto abominable. Como Lörna no tenía en su mano la posibilidad de acabar con la humanidad decidió dejar de asesinar y dedicar su tiempo a otros menesteres más escabrosos como trabajar para una multinacional o afiliarse a un partido político.
-¿Entonces, no me matarás?-inquirió angustiado Krox Guilär, laureado director y guionista.
-Quería matarte pero no vale la pena ir a la cárcel por alguien tan bajo como tú.
-No te metas con mi altura, sobre todo tú que eres tan fea- replicó el cineasta maniatado.
-Me refería a tu altura moral, no a que seas tan pequeño.
Preso de un exagerado Síndrome de Estocolmo, el aclamado y masoquista director se enamoró locamente de Lörna. Pocos meses después la repulsiva joven se convirtió en una aplaudida actriz protagonizando la precuela de una historia con tirón. Apenas consciente de su éxito ya estaba recogiendo el Oscar a la mejor actriz revelación. La suya fue una carrera meteórica estándar, típica de las novias de directores afamados.
La vida de una aclamada actriz dista mucho de parecerse a la de una asesina en serie. La comparación es tan inoportuna como la de un rey con un barrendero. Apenas si se puede decir nada sin molestar al menos a uno de los dos. Como actriz de culto, la feísima Lörna no paraba de acudir a fiestas en las que el tema se consumía a raudales y las conversaciones eran tan vacuas que la mayoría de las veces nadie sabía de qué se estaba hablando.
Lörna era feliz con Krox, pese a que su comparador de gustos y preferencias reflejaba un exiguo 91.7%. A ella le volvía loca insultarlo, golpearlo y zarandearlo hasta provocarle náuseas. A él le fascinaba su maldad inocente y su cautivadora fealdad. Pronto se convirtieron en la pareja que copaba más portadas de revistas del corazón.
Es una lástima que Sören no sea un Mälden, porque la historia de su hijo es apasionante. Sin embargo, aquí se recogen exclusivamente los acontecimientos vividos por los Mälden, y si Sören ocupa un papel principal es porque está relacionado tanto con Lörna como con Ihrën, los hermanos Mälden, los auténticos protagonistas de la primera parte del libro que nos ocupa. Pero si la historia del hijo de Sören le parece interesante al autor, lo lógico es que se incluya en el libro. Por eso se incluirá y tanto da su apellido, pues como fácilmente se comprenderá, el narrador de una historia como la que nos ocupa no puede ser clasista en sus planteamientos. En cualquier caso Sören es un Dazs-Schnäbel, que como se intuye por tratarse de un apellido compuesto, nos habla de una familia de rancio abolengo, digna de ser incluida en cualquier libro, cena de gala o junta directiva.
Mientras que Sören concibió la idea de ser padre, por la mente de nuestra asesina favorita rondaban lúgubres pensamientos: mi labor social implica un compromiso que me impide llevar una vida normal. Ser asesino en serie es como ser ministro, si quieres hacerlo bien no puedes desconectar ni un solo momento, y yo tengo muchas cosas en las que pensar.
Lörna descubrió lo fútil de su desempeño cuando observó en las estadísticas que cada día nacían más de medio millón de personas. -Mis crímenes no tienen sentido- pensó Lörna al ver la exorbitante cifra. -Por mucho que mate sin descanso jamás conseguiré llegar a una cifra diaria tan alta. Además, ¿de dónde se supone que voy a sacar tanto ácido holístico sin levantar sospechas?
Efectivamente, si el propósito de matar es erradicar a la humanidad, el método elegido debe permitir que el número de fallecidos sea mayor que el de nacidos. Otra solución sería eliminar preferentemente a las embarazadas, pero se trataría de un procedimiento sexista y por tanto abominable. Como Lörna no tenía en su mano la posibilidad de acabar con la humanidad decidió dejar de asesinar y dedicar su tiempo a otros menesteres más escabrosos como trabajar para una multinacional o afiliarse a un partido político.
-¿Entonces, no me matarás?-inquirió angustiado Krox Guilär, laureado director y guionista.
-Quería matarte pero no vale la pena ir a la cárcel por alguien tan bajo como tú.
-No te metas con mi altura, sobre todo tú que eres tan fea- replicó el cineasta maniatado.
-Me refería a tu altura moral, no a que seas tan pequeño.
Preso de un exagerado Síndrome de Estocolmo, el aclamado y masoquista director se enamoró locamente de Lörna. Pocos meses después la repulsiva joven se convirtió en una aplaudida actriz protagonizando la precuela de una historia con tirón. Apenas consciente de su éxito ya estaba recogiendo el Oscar a la mejor actriz revelación. La suya fue una carrera meteórica estándar, típica de las novias de directores afamados.
La vida de una aclamada actriz dista mucho de parecerse a la de una asesina en serie. La comparación es tan inoportuna como la de un rey con un barrendero. Apenas si se puede decir nada sin molestar al menos a uno de los dos. Como actriz de culto, la feísima Lörna no paraba de acudir a fiestas en las que el tema se consumía a raudales y las conversaciones eran tan vacuas que la mayoría de las veces nadie sabía de qué se estaba hablando.
Lörna era feliz con Krox, pese a que su comparador de gustos y preferencias reflejaba un exiguo 91.7%. A ella le volvía loca insultarlo, golpearlo y zarandearlo hasta provocarle náuseas. A él le fascinaba su maldad inocente y su cautivadora fealdad. Pronto se convirtieron en la pareja que copaba más portadas de revistas del corazón.