Alëx y Nïta se conocieron en la cena del Día de la Tierra y rápidamente congeniaron. Ambos habían tenido una infancia sin una figura paterna a la que demonizar y a ninguno de ellos les gustaba su nombre. Alëx aborrecía Alexander y Nïta prefería que la llamasen Këvin para poder sentirse masculina. Ambos odiaban a Imär por razones evidentes. En el caso de Nïta el sentimiento estaba más que de sobra justificado, ya que como Imär Mälden era su único primo había pasado mucho tiempo con él cuando eran pequeños y conocía de sobra sus repulsivos chistes y su monotemática e insulsa charla.
En vista del odio de Nïta por los hombres en general, y por los estúpidos en particular, no fue difícil consensuar un resultado favorable tanto para ella como para Alëx. Viajarían a un país pobre y contratarían los servicios de un médico sin escrúpulos para que transfiriese los órganos sexuales desde el cadáver de Imär al cuerpo de Nïta. El facultativo debería además extirpar las glándulas mamarias al clon de Lörna y raspar sus cuerdas vocales para conseguir que su voz se volviera más grave y varonil. La testosterona era muy fácil de conseguir en el mercado negro y Këvin no tendría ningún problema para hacerse con cada una de las dosis que necesitaría emplear una vez por semana el resto de su vida.
Imär se sorprendió gratamente cuando Nïta le invitó a su casa con una excusa del todo punto inverosímil que a él le pareció completamente razonable. Era un veraniego día de mayo en el que la temperatura era mucho más alta del límite hasta el cual podría considerarse agradable. Imär había violado a Alëx la noche anterior aprovechando que Sören se hallaba ausente unos días en un viaje de negocios. Con lo libertino que era Alëx, que incluso había llegado a seducir a su mismo padre, nadie le creería si dijese que el rubio y atlético Imär había abusado de él. El forcejeo duró unos minutos, durante los que Alexander se sintió sucio y despreciable. Imär Mälden no tenía una gran maestría en asuntos íntimos y ni siquiera consiguió que la experiencia resultara del todo placentera para él mismo. Diríase que lo hizo para lograr alejar a Alëx del ático de Sören. Si consiguiese que regresara con su madre, otra vez estaría a solas con su novio y este volvería a comportarse menos distante, como antes de que Alëx irrumpiese en sus vidas trastocándolo todo.
Imär pulsó el botón que avisaba de su presencia. Nïta lo observó impaciente. Ansiaba torturarlo a la vieja usanza, como hacía la policía durante los interrogatorios en húmedos y sucios calabozos. Primero le vilipendiaría. Furcia marxista, perra nazi, a Nïta le gustaba insultar a los hombres mediante una expresión que encerrase una referencia a las meretrices y estuviera acompañada de una tendencia política extremista. Aquel día en el que Imär fue asesinado Nïta no se encontraba muy inspirada y apenas consiguió crear combinaciones con buena sonoridad: Zorra libertaria, ramera fascista. No, definitivamente así no había quien torturase salvajemente. Nïta estaba descorazonada.
Imär creyó que se moría al ver su sangre en el suelo. Efectivamente iba a morir, pero era corto de reflejos y tardó unos segundos más en apercibirse de su indeseable situación. Imär no volvería a ver a sus padres, jamás podría regresar a aquella discoteca que tanto le gustaba y donde era tan fácil ligar con cualquiera. La vida le abandonaba y él se resistía con todas sus fuerzas a dejarla ir. Ya no pudo soportar más el dolor que Nïta le infligía con la maestría que sólo confiere la experiencia y cerró los ojos. Imär había muerto. Su cuerpo yacía en el suelo y Nïta lloraba de la más pura alegría que sea concebible imaginar. Por fin tendría un pene. Aunque no iba a ser particularmente grande, aquello era mejor que nada.
¿Hay algo después de la muerte? El ser humano no podrá estar seguro de que exista el más allá o se produzca la tan denostada reencarnación. Imär era wokiano, y como tal creía que cuando abandonase el mundo de los vivos iría al paraíso, que para los seguidores del Wok se trataba del Wok House. Un lugar parecido a un barrio de clase media con posibles, pero plagado de restaurantes donde puedes comer lo que quieras a precios ridículos y toda la comida está preparada en woks al estilo tradicional. Imär vio a lo lejos a su recientemente fallecido abuelo Könrad. Estaba muy gordo y no paraba de hablar de que se avecinaba el fin del mundo, pero aparte de eso se encontraba igual que antes del infarto que acabó con él. El sobrio abuelo pensó que jamás debería de haber tenido descendencia al recordar cómo habían resultado ser sus hijos y nietos. Aquello era un absoluto desastre. Aún no sabía cómo iba a presentar a aquellos desvergonzados a sus padres, tan chapados a la antigua. Con suerte alguno de ellos iría al wokfierno. Al menos el desvergonzado Ihrën se merecía una eternidad de sufrimientos engullendo sin cesar alimentos insípidos.
En vista del odio de Nïta por los hombres en general, y por los estúpidos en particular, no fue difícil consensuar un resultado favorable tanto para ella como para Alëx. Viajarían a un país pobre y contratarían los servicios de un médico sin escrúpulos para que transfiriese los órganos sexuales desde el cadáver de Imär al cuerpo de Nïta. El facultativo debería además extirpar las glándulas mamarias al clon de Lörna y raspar sus cuerdas vocales para conseguir que su voz se volviera más grave y varonil. La testosterona era muy fácil de conseguir en el mercado negro y Këvin no tendría ningún problema para hacerse con cada una de las dosis que necesitaría emplear una vez por semana el resto de su vida.
Imär se sorprendió gratamente cuando Nïta le invitó a su casa con una excusa del todo punto inverosímil que a él le pareció completamente razonable. Era un veraniego día de mayo en el que la temperatura era mucho más alta del límite hasta el cual podría considerarse agradable. Imär había violado a Alëx la noche anterior aprovechando que Sören se hallaba ausente unos días en un viaje de negocios. Con lo libertino que era Alëx, que incluso había llegado a seducir a su mismo padre, nadie le creería si dijese que el rubio y atlético Imär había abusado de él. El forcejeo duró unos minutos, durante los que Alexander se sintió sucio y despreciable. Imär Mälden no tenía una gran maestría en asuntos íntimos y ni siquiera consiguió que la experiencia resultara del todo placentera para él mismo. Diríase que lo hizo para lograr alejar a Alëx del ático de Sören. Si consiguiese que regresara con su madre, otra vez estaría a solas con su novio y este volvería a comportarse menos distante, como antes de que Alëx irrumpiese en sus vidas trastocándolo todo.
Imär pulsó el botón que avisaba de su presencia. Nïta lo observó impaciente. Ansiaba torturarlo a la vieja usanza, como hacía la policía durante los interrogatorios en húmedos y sucios calabozos. Primero le vilipendiaría. Furcia marxista, perra nazi, a Nïta le gustaba insultar a los hombres mediante una expresión que encerrase una referencia a las meretrices y estuviera acompañada de una tendencia política extremista. Aquel día en el que Imär fue asesinado Nïta no se encontraba muy inspirada y apenas consiguió crear combinaciones con buena sonoridad: Zorra libertaria, ramera fascista. No, definitivamente así no había quien torturase salvajemente. Nïta estaba descorazonada.
Imär creyó que se moría al ver su sangre en el suelo. Efectivamente iba a morir, pero era corto de reflejos y tardó unos segundos más en apercibirse de su indeseable situación. Imär no volvería a ver a sus padres, jamás podría regresar a aquella discoteca que tanto le gustaba y donde era tan fácil ligar con cualquiera. La vida le abandonaba y él se resistía con todas sus fuerzas a dejarla ir. Ya no pudo soportar más el dolor que Nïta le infligía con la maestría que sólo confiere la experiencia y cerró los ojos. Imär había muerto. Su cuerpo yacía en el suelo y Nïta lloraba de la más pura alegría que sea concebible imaginar. Por fin tendría un pene. Aunque no iba a ser particularmente grande, aquello era mejor que nada.
¿Hay algo después de la muerte? El ser humano no podrá estar seguro de que exista el más allá o se produzca la tan denostada reencarnación. Imär era wokiano, y como tal creía que cuando abandonase el mundo de los vivos iría al paraíso, que para los seguidores del Wok se trataba del Wok House. Un lugar parecido a un barrio de clase media con posibles, pero plagado de restaurantes donde puedes comer lo que quieras a precios ridículos y toda la comida está preparada en woks al estilo tradicional. Imär vio a lo lejos a su recientemente fallecido abuelo Könrad. Estaba muy gordo y no paraba de hablar de que se avecinaba el fin del mundo, pero aparte de eso se encontraba igual que antes del infarto que acabó con él. El sobrio abuelo pensó que jamás debería de haber tenido descendencia al recordar cómo habían resultado ser sus hijos y nietos. Aquello era un absoluto desastre. Aún no sabía cómo iba a presentar a aquellos desvergonzados a sus padres, tan chapados a la antigua. Con suerte alguno de ellos iría al wokfierno. Al menos el desvergonzado Ihrën se merecía una eternidad de sufrimientos engullendo sin cesar alimentos insípidos.