Imär había muerto. El médico del país subdesarrollado ya estaba en casa de Nïta y tenían en su poder el instrumental necesario para llevar a cabo la delicada operación. Incluso habían conseguido un aparato de reanimación cardíaca alquilado, por si acaso algo salía mal. Todo indicaba que Nïta pronto dejaría paso a Këvin. Convertida en hombre, encontraría el amor que tanto se le había resistido y sería feliz. Le aguardaba un futuro prometedor.
En efecto, le aguardaba un futuro prometedor, pero no como ella lo esperaba. El médico resultó ser cirujano y psiquiatra. Algo así es poco común, pero sin duda lo es más que comenzar el día tomando un vaso de leche y acabarlo hundiendo un hacha en la cabeza de la vecina de enfrente.
Cuando Nïta estuvo sedada, el malvado doctor la sometió a una terapia antiquísima desarrollada en los sótanos de una mítica ciudad en la que todos los edificios eran palacios y el presidente era un carcamal vestido de blanco. Pese a que ninguno de sus ciudadanos podía tener descendencia, su población perduró a través de los siglos en contra de toda lógica.
En la conducta del doctor hubo algo indignante, algo que trasgrede los límites de la decencia, un comportamiento de una abyección inverosímil. Que la terapia sea muy peligrosa no supone ningún problema y que presente grandes conflictos éticos y morales es algo del todo irrelevante. Lo verdaderamente preocupante es que la terapia se llevó a cabo sin que ella hubiera firmado el consentimiento informado. Y es que Nïta no había consentido que se llevara a cabo y ni siquiera fue informada antes de que la anestesia le provocase un prolongado sopor. ¡Qué desfachatez tuvo aquel médico integrista!
La teomanía es un estado delirante en el que el enfermo se cree inspirado por una divinidad o poseedor de la misma. Se cree que todas las religiones monoteístas de la antigüedad fueron fundadas por personas que padecían este trastorno. En todos los manuales excepto en los franceses se alude constantemente a Juana de Arco como ejemplo arquetípico. Hay datos que parecen indicar que los miembros de la mítica ciudad en la que se desarrolló la terapia de Nïta eran teomaníacos, en especial los que llevaban un sombrero violáceo y el adusto anciano vestido del mismo color que los astronautas, tal vez como referencia indirecta al cielo o incluso puede que a la pureza. Nunca se puede estar seguro de los motivos que subyacen a los actos de los maníacos como el doctor que trató a Nïta. Siempre es conveniente alejarse prudentemente de alguien que padezca esta enfermedad mental que tan dañina ha sido a lo largo de la historia.
La ansiosa joven se despertó de la anestesia. Su primer impulso fue llevar las manos a sus genitales. El deseado pene no estaba en su lugar. Igual lo que ocurría era que tenía las manos adormecidas. Pero no, aquello lo descartó cuando pudo percibir los latidos del corazón palpando sus pechos turgentes. Había sido engañada por el doctor, había matado a Imär para nada... Todavía debía de estar bajo los efectos de los narcóticos porque era absurdo no encontrar motivos para matar a su queridísimo primo.
El psiquiatra, que se hacía llamar Ben, espero unos minutos hasta que Nïta se tranquilizó. Entonces procedió a soltar a la paciente de la camilla a la que estaba unida por la cintura y los tobillos. Mientras la liberaba, ella no paró de darle molestos puñetazos. Eso le pasaba por no seguir al pie de la letra las directrices para llevar a cabo intervenciones sanitarias no consentidas: “asir al individuo por los tobillos, la cintura y las muñecas. Si el paciente es especialmente hostil también se le atará convenientemente el cuello para evitar posibles cabezazos o mordiscos.”
Nïta, gracias a la terapia conductista se sintió por primera vez en muchos años contenta consigo misma y se aceptó tal como era. Ya no quería cambiar de sexo, adelgazar, ni operarse la nariz o deshacerse de arrugas inexistentes. Como siempre le habían atraído los hombres pasó de ser un homosexual atrapado en el cuerpo de una mujer a una mujer heterosexual cualquiera. Había perdido todo aquello que la definía y le hacía especial. Ahora era Nïta, la aburrida heterosexual que respeta la vida y quiere tener hijos sin saber bien el porqué. Aquello era una verdadera lástima, y todo ocurrió por contratar a un inmigrante ilegal sin permiso de trabajo.
En efecto, le aguardaba un futuro prometedor, pero no como ella lo esperaba. El médico resultó ser cirujano y psiquiatra. Algo así es poco común, pero sin duda lo es más que comenzar el día tomando un vaso de leche y acabarlo hundiendo un hacha en la cabeza de la vecina de enfrente.
Cuando Nïta estuvo sedada, el malvado doctor la sometió a una terapia antiquísima desarrollada en los sótanos de una mítica ciudad en la que todos los edificios eran palacios y el presidente era un carcamal vestido de blanco. Pese a que ninguno de sus ciudadanos podía tener descendencia, su población perduró a través de los siglos en contra de toda lógica.
En la conducta del doctor hubo algo indignante, algo que trasgrede los límites de la decencia, un comportamiento de una abyección inverosímil. Que la terapia sea muy peligrosa no supone ningún problema y que presente grandes conflictos éticos y morales es algo del todo irrelevante. Lo verdaderamente preocupante es que la terapia se llevó a cabo sin que ella hubiera firmado el consentimiento informado. Y es que Nïta no había consentido que se llevara a cabo y ni siquiera fue informada antes de que la anestesia le provocase un prolongado sopor. ¡Qué desfachatez tuvo aquel médico integrista!
La teomanía es un estado delirante en el que el enfermo se cree inspirado por una divinidad o poseedor de la misma. Se cree que todas las religiones monoteístas de la antigüedad fueron fundadas por personas que padecían este trastorno. En todos los manuales excepto en los franceses se alude constantemente a Juana de Arco como ejemplo arquetípico. Hay datos que parecen indicar que los miembros de la mítica ciudad en la que se desarrolló la terapia de Nïta eran teomaníacos, en especial los que llevaban un sombrero violáceo y el adusto anciano vestido del mismo color que los astronautas, tal vez como referencia indirecta al cielo o incluso puede que a la pureza. Nunca se puede estar seguro de los motivos que subyacen a los actos de los maníacos como el doctor que trató a Nïta. Siempre es conveniente alejarse prudentemente de alguien que padezca esta enfermedad mental que tan dañina ha sido a lo largo de la historia.
La ansiosa joven se despertó de la anestesia. Su primer impulso fue llevar las manos a sus genitales. El deseado pene no estaba en su lugar. Igual lo que ocurría era que tenía las manos adormecidas. Pero no, aquello lo descartó cuando pudo percibir los latidos del corazón palpando sus pechos turgentes. Había sido engañada por el doctor, había matado a Imär para nada... Todavía debía de estar bajo los efectos de los narcóticos porque era absurdo no encontrar motivos para matar a su queridísimo primo.
El psiquiatra, que se hacía llamar Ben, espero unos minutos hasta que Nïta se tranquilizó. Entonces procedió a soltar a la paciente de la camilla a la que estaba unida por la cintura y los tobillos. Mientras la liberaba, ella no paró de darle molestos puñetazos. Eso le pasaba por no seguir al pie de la letra las directrices para llevar a cabo intervenciones sanitarias no consentidas: “asir al individuo por los tobillos, la cintura y las muñecas. Si el paciente es especialmente hostil también se le atará convenientemente el cuello para evitar posibles cabezazos o mordiscos.”
Nïta, gracias a la terapia conductista se sintió por primera vez en muchos años contenta consigo misma y se aceptó tal como era. Ya no quería cambiar de sexo, adelgazar, ni operarse la nariz o deshacerse de arrugas inexistentes. Como siempre le habían atraído los hombres pasó de ser un homosexual atrapado en el cuerpo de una mujer a una mujer heterosexual cualquiera. Había perdido todo aquello que la definía y le hacía especial. Ahora era Nïta, la aburrida heterosexual que respeta la vida y quiere tener hijos sin saber bien el porqué. Aquello era una verdadera lástima, y todo ocurrió por contratar a un inmigrante ilegal sin permiso de trabajo.