Como previamente se sugirió, Lörna se cuidaba y su apariencia había ido mejorando durante los últimos años. En cambio, Hökun no valoraba en demasía su aspecto y no dedicaba su tiempo o su dinero a ese vacuo menester. Siendo así, ¿cómo es posible que el comparador reflejase un 100% de afinidad? ¿Acaso no se tiene en cuenta el grado de preocupación por estos asuntos, tan importantes en nuestra sociedad? Sabiendo como sabemos que es imposible que algo semejante se omita en la completa encuesta que sirve a los propósitos del comparador, no queda otra posibilidad distinta al simple y puro engaño, a la mentira que ejecutara magistralmente el envejecido Hökun tras analizar todas y cada una de las entrevistas concedidas por Lörna cuando era famosa. Con esta ingente información estimó las respuestas que ella habría dado a las preguntas de la encuesta y él puso exactamente las mismas. Gracias a la natural obsesión que muchos hombres sienten por algunas mujeres, como le ocurría a Hökun con Lörna, muchas personas han podido formar parte de relaciones exitosas. ¿Será este el caso de la idílica pareja que provocaría el vómito a cualquier crítico de moda con sólo ser avistada un fugaz instante en penumbra?
Llegó la multitudinaria celebración anual en recuerdo de la colosal victoria de los wokianos sobre los Adoradores del Divino Espíritu de Internet. La batalla tuvo lugar hace mucho tiempo y se prolongó durante casi cinco años, pero inesperadamente estallo la burbuja tecnológica mientras que el metal siguió siendo un valor seguro. Aquello desembocó en la ruina de los Adoradores del Divino Espíritu de Internet, comúnmente llamados por el acrónimo adei. Los adeis habían invertido todos sus ahorros en las empresas vinculadas al sector del software y como el número de creyentes aumentaba sin cesar se produjo una burbuja en la cotización de las acciones. Cuando la cantidad de fieles al culto cibernético comenzó a estabilizarse y las empresas decidieron llevar a cabo ampliaciones de capital, el precio de las acciones se derrumbó. Mientras tanto, el valor de las materias primas, como el metal con el que se elabora los woks, se incrementaba contra todo pronóstico. Aquello se interpretó como una señal del dios verdadero y todos los adeis se pasaron en masa al culto wokiano. Los nuevos creyentes experimentaron dos mejoras en sus miserables existencias: sus planes de pensiones fueron más seguros al estar diversificados y, lo que es más importante, su dieta mejoró y se encontraron más animados, como las parejas jóvenes sin cargas familiares que cenan un tazón de cereales integrales.
El día de los adeis es profusamente celebrado por los wokianos al tratarse de la única ocasión históricamente bien documentada en la que todos los seguidores de una religión la abandonan súbitamente y se cambian a otra sin haber coacción de por medio. Algo así causa más sorpresa por el hecho contrastable de que ambas creencias no tuvieran ni un solo dogma o precepto en común.
Aquel era el día señalado, todas las familias se reunían para celebrar el aniversario de ese acontecimiento tan singular. Los Mälden no fueron menos y organizaron una merienda que consistió básicamente en sucedáneo de chocolate y unas lombrices gelatinosas que tenían un sabor parecido al de los churros. Lörna llegó acompañada de Hökun. Nïta presentó a su prometido, Ben. Alëx no podía creer lo que estaba ocurriendo, después de tener todo preparado para que su amiga asumiera el sexo que tanto anhelaba, había decidido renunciar a la intervención en el último minuto. Menuda cretina, con lo bien que él se sentía siendo un infravalorado hombre. Como todo el mundo esperaba muy poco de los varones, él nunca había defraudado a nadie y a menudo había sobrepasado los objetivos que le había fijado su diligente madre.
La merienda transcurrió sin ningún incidente digno de mención. La abuela Bësta hubiera estado triste por su reciente viudedad de no ser por las pastillas que mantenían a raya cualquier atisbo de depresión. Sören flirteaba con un mojito para estrenar su nuevo hígado. Hökun se afanaba en complacer cada deseo de Lörna en busca de su total beneplácito y Ben asía a Nïta por la cintura mientras le susurraba al oído halagos que alejaban de ella la sombra del hombre que pudo haber sido. Alëx pensaba en su familia y en el futuro. La relación con Sören era prácticamente sólo sexo y desde que conoció a Ethel había recobrado parte de su interés perdido por la arqueología.
Mención aparte merece lo que pensaba Ethel de su recién conocida familia. Sus padres, Ihrën e Ingrid preparaban lombrices mientras charlaban sobre el destino de sus próximas vacaciones. Sus progenitores eran unos totales desconocidos para ella y lo poco que sabía de ambos no era de su agrado. Como Ethel era tan inteligente, albergaba la ilusión de que sus padres serían personas especiales, y los imaginaba hablando de Kierkegaard y Durkheim, haciendo integrales triples y escribiendo libros que enriquecieran culturalmente a los lectores. Nada de eso era ni remotamente cierto. Sus padres eran unas personas normales que dedicaban su tiempo libre a labores más prosaicas como pasear por centros comerciales o buscar gangas en una página de internet en donde se pujaba por un sinfín de variopintos artículos usados.
Durante el embarazo, Ingrid, siguiendo el consejo de su cuñada Lörna, decidió no hacerse ecografías y por eso no llegó a saber que esperaba mellizos. Cuando le dieron al recién nacido no se le ocurrió preguntar si le habían robado a su otro bebé, cuya existencia desconocía. Si lo hubiera preguntado se lo habrían contado, ya que así lo establece la ley. ¿Pero quién preguntaría esas cosas? Además, antes de devolver al bebé, Google Medical Care prefiere pagar enormes sumas de dinero, o encargarse de la familia si no dan el brazo a torcer. Ethel creció en óptimas condiciones, rodeada de otros niños tan dotados como ella y educada en valores como la justicia, la libertad o la búsqueda de la verdad. Sólo había una posibilidad de distracción en su crucial labor, algunos de ellos comenzaban a obsesionarse con conocer a sus familias. En estos casos, el protocolo habitual consistía en hacerles creer que la misma idea de que ellos tuvieran familia era una entelequia, pero a veces esta afirmación chocaba demasiado con su formación positivista y lo mejor era informarles de quiénes eran. Con la adecuada ayuda psicológica casi siempre desistían de su empeño en mantener un contacto con la familia. Con saber dónde y cómo se encontraban era suficiente.
Al conocer la trágica muerte de su hermano mellizo, Ethel no pudo resistir su aislamiento y abandonó sus responsabilidades para poder ver a su hermano por última vez. Enseguida debería regresar, pero ahora tenía unas semanas para estar con su familia. Nadie apuraba el plazo al máximo, pues pronto el afecto que sentían por sus seres queridos se tornaba en tristeza al comprender que jamás podría tener nada en común con ellos.
Nïta estaba encantada con su nueva prima. La muerte de Imär le había traído consigo no sólo al amor de su vida, sino a una chica de su edad con la que seguro que podría hablar de últimas tendencias, compartir trucos de belleza, contarse cotilleos y hacer el resto de cosas que llevan a cabo las mujeres divertidas a la par que elegantes que saben cómo comportarse con naturalidad en los ambientes más variopintos.
Llegó la multitudinaria celebración anual en recuerdo de la colosal victoria de los wokianos sobre los Adoradores del Divino Espíritu de Internet. La batalla tuvo lugar hace mucho tiempo y se prolongó durante casi cinco años, pero inesperadamente estallo la burbuja tecnológica mientras que el metal siguió siendo un valor seguro. Aquello desembocó en la ruina de los Adoradores del Divino Espíritu de Internet, comúnmente llamados por el acrónimo adei. Los adeis habían invertido todos sus ahorros en las empresas vinculadas al sector del software y como el número de creyentes aumentaba sin cesar se produjo una burbuja en la cotización de las acciones. Cuando la cantidad de fieles al culto cibernético comenzó a estabilizarse y las empresas decidieron llevar a cabo ampliaciones de capital, el precio de las acciones se derrumbó. Mientras tanto, el valor de las materias primas, como el metal con el que se elabora los woks, se incrementaba contra todo pronóstico. Aquello se interpretó como una señal del dios verdadero y todos los adeis se pasaron en masa al culto wokiano. Los nuevos creyentes experimentaron dos mejoras en sus miserables existencias: sus planes de pensiones fueron más seguros al estar diversificados y, lo que es más importante, su dieta mejoró y se encontraron más animados, como las parejas jóvenes sin cargas familiares que cenan un tazón de cereales integrales.
El día de los adeis es profusamente celebrado por los wokianos al tratarse de la única ocasión históricamente bien documentada en la que todos los seguidores de una religión la abandonan súbitamente y se cambian a otra sin haber coacción de por medio. Algo así causa más sorpresa por el hecho contrastable de que ambas creencias no tuvieran ni un solo dogma o precepto en común.
Aquel era el día señalado, todas las familias se reunían para celebrar el aniversario de ese acontecimiento tan singular. Los Mälden no fueron menos y organizaron una merienda que consistió básicamente en sucedáneo de chocolate y unas lombrices gelatinosas que tenían un sabor parecido al de los churros. Lörna llegó acompañada de Hökun. Nïta presentó a su prometido, Ben. Alëx no podía creer lo que estaba ocurriendo, después de tener todo preparado para que su amiga asumiera el sexo que tanto anhelaba, había decidido renunciar a la intervención en el último minuto. Menuda cretina, con lo bien que él se sentía siendo un infravalorado hombre. Como todo el mundo esperaba muy poco de los varones, él nunca había defraudado a nadie y a menudo había sobrepasado los objetivos que le había fijado su diligente madre.
La merienda transcurrió sin ningún incidente digno de mención. La abuela Bësta hubiera estado triste por su reciente viudedad de no ser por las pastillas que mantenían a raya cualquier atisbo de depresión. Sören flirteaba con un mojito para estrenar su nuevo hígado. Hökun se afanaba en complacer cada deseo de Lörna en busca de su total beneplácito y Ben asía a Nïta por la cintura mientras le susurraba al oído halagos que alejaban de ella la sombra del hombre que pudo haber sido. Alëx pensaba en su familia y en el futuro. La relación con Sören era prácticamente sólo sexo y desde que conoció a Ethel había recobrado parte de su interés perdido por la arqueología.
Mención aparte merece lo que pensaba Ethel de su recién conocida familia. Sus padres, Ihrën e Ingrid preparaban lombrices mientras charlaban sobre el destino de sus próximas vacaciones. Sus progenitores eran unos totales desconocidos para ella y lo poco que sabía de ambos no era de su agrado. Como Ethel era tan inteligente, albergaba la ilusión de que sus padres serían personas especiales, y los imaginaba hablando de Kierkegaard y Durkheim, haciendo integrales triples y escribiendo libros que enriquecieran culturalmente a los lectores. Nada de eso era ni remotamente cierto. Sus padres eran unas personas normales que dedicaban su tiempo libre a labores más prosaicas como pasear por centros comerciales o buscar gangas en una página de internet en donde se pujaba por un sinfín de variopintos artículos usados.
Durante el embarazo, Ingrid, siguiendo el consejo de su cuñada Lörna, decidió no hacerse ecografías y por eso no llegó a saber que esperaba mellizos. Cuando le dieron al recién nacido no se le ocurrió preguntar si le habían robado a su otro bebé, cuya existencia desconocía. Si lo hubiera preguntado se lo habrían contado, ya que así lo establece la ley. ¿Pero quién preguntaría esas cosas? Además, antes de devolver al bebé, Google Medical Care prefiere pagar enormes sumas de dinero, o encargarse de la familia si no dan el brazo a torcer. Ethel creció en óptimas condiciones, rodeada de otros niños tan dotados como ella y educada en valores como la justicia, la libertad o la búsqueda de la verdad. Sólo había una posibilidad de distracción en su crucial labor, algunos de ellos comenzaban a obsesionarse con conocer a sus familias. En estos casos, el protocolo habitual consistía en hacerles creer que la misma idea de que ellos tuvieran familia era una entelequia, pero a veces esta afirmación chocaba demasiado con su formación positivista y lo mejor era informarles de quiénes eran. Con la adecuada ayuda psicológica casi siempre desistían de su empeño en mantener un contacto con la familia. Con saber dónde y cómo se encontraban era suficiente.
Al conocer la trágica muerte de su hermano mellizo, Ethel no pudo resistir su aislamiento y abandonó sus responsabilidades para poder ver a su hermano por última vez. Enseguida debería regresar, pero ahora tenía unas semanas para estar con su familia. Nadie apuraba el plazo al máximo, pues pronto el afecto que sentían por sus seres queridos se tornaba en tristeza al comprender que jamás podría tener nada en común con ellos.
Nïta estaba encantada con su nueva prima. La muerte de Imär le había traído consigo no sólo al amor de su vida, sino a una chica de su edad con la que seguro que podría hablar de últimas tendencias, compartir trucos de belleza, contarse cotilleos y hacer el resto de cosas que llevan a cabo las mujeres divertidas a la par que elegantes que saben cómo comportarse con naturalidad en los ambientes más variopintos.