Quedó atrás el día de los adeis. Sören y Alëx volvieron a su rutina de sexo sin amor y afecto sin pasión, sin olvidar los espaciados instantes de ternura sin sentido que tanto añorarían años más tarde. En cambio, Lörna y Hökun no podían estar más enamorados. Aún quedaban bastantes meses hasta que Lörna comenzase a albergar sospechas respecto a su por entonces marido. Bësta se recluyó voluntariamente en un centro para ancianos sin que mediara en su decisión ningún tipo de indirectas o insinuaciones de su familia. La noticia fue una sorpresa para sus hijos, pero lo que de verdad les impactó fue la llamada que recibieron tan sólo unos cuantos días después. Bësta, parlanchina en exceso y poco precavida, cayó en las redes de un cincuentón extorsionista que con vanas promesas de vida eterna y detención del proceso natural de envejecimiento logró que le cediera todo su patrimonio. La inocente Bësta no pudo resistir el engaño y desesperada se arrojó desde el balcón de su habitación, situada en la novena planta. El suicidio conmocionó a su hija Lörna durante unas horas y a su nuera Ingrid por el resto de su vida. Ingrid siempre fue muy sentimental, cosa que no le acarreaba más que temores y ansiedad. Lörna vivía mucho más tranquila que la francesa casada con su hermanito.
Ethel y Nïta se citaron para pasar la mañana juntas en un centro de ocio y restauración viendo artículos en tiendas de ropa y calzado, para luego ir a almorzar en una franquicia de las muchas que decían ofrecer platos con menos calorías sin renunciar al sabor ni al precio acostumbrado. Tal cosa era posible gracias a la reducción de las raciones hasta el mínimo tolerable a la vista. Además de ayudar a mantener la línea y aumentar los beneficios, esa práctica empresarial dejaba más tiempo para que los comensales charlaran:
-¿Y por qué tu nombre no lleva diéresis?- inquirió Nïta mientras traían las ensaladas.
-La verdad es que lo prefiero así, y es que la costumbre de llevar una diéresis en absurda. Nadie sabe a ciencia cierta los motivos de esta práctica. No me preguntes el porqué, pero en la dirección financiera de Google nadie tiene diéresis en su nombre. Se dice que llevar diéresis es muy ikea, y eso lo utilizamos como insulto.
-¿En serio lo prefieres así? Yo sin los dos puntitos me sentiría desnuda.
-No sé, tal vez podría conseguir que el registro aceptase mi nombre con diéresis y sin ella.
-Anda ya, no seas tonta. Mismamente, yo me llamo Lörna Mälden, como mi madre, pero todos me llaman Nïta. Y el novio de Sören, Alëx, en realidad se llama Alexander. ¿Te lo puedes creer? Sin diéresis y encima tan largo que parece que no se va a acabar nunca.
-O sea, que Alëx no la tiene pero la usa como si tal cosa.
-Pues claro, querida, con todas las personas que somos como para comprobar si la gente anda por ahí cambiándose el nombre. Esas cosas son irrelevantes.
-¿Pero dónde me la debería poner, en la primera e o en la segunda?
-Ay, pues no sé, porque llevarla en una mayúscula revela un carácter en exceso transgresor para una señorita, pero en la segunda e tampoco me convence.
-Entonces me lo dejo como está, ¿no?- se aventuró Ethel.
-Ni hablar, ya verás lo bien que te sientes cuando tu nombre lleve diéresis.
-Pero si no está bien en ninguna vocal...
-Pues entonces te puedes llamar Ethëla.- afirmó Nïta con rotundidad.
-¿Ethëla?
-Por supuesto, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Añadiendo una a al final, la diéresis queda estupenda y definitivamente resulta mucho más femenino.
Llegó el segundo plato, unas endivias al vapor para Nïta y un filete de panga para Ethel, convertida irremediablemente en Ethëla mientras mantuviera cualquier contacto con su familia. Nïta, vivaracha, siguió con la cháchara acostumbrada en tales ocasiones:
-¿Y no tienes novio?
-No, mis responsabilidades no me lo permiten.
-Ah, pues vaya fastidio. ¿Y no te gusta alguien de tu trabajo?
-No sé, no me había parado a pensarlo. El caso es que hay un chico que supervisa algoritmos que no está nada mal. Tal vez podríamos formar pareja eventualmente si no hay ningún impedimento.
-¡Pues debes asegurarte de que no haya ninguno! Yo antes de conocer a Ben tenía ideas muy raras en la cabeza y hasta me había vuelto un poquito agresiva. Pero ahora él me completa y soy feliz.
-Me alegro mucho de que ahora seas feliz, ¿pero no conoces demasiado poco a Ben?
-Bah, tonterías. Él era un desconocido cuando le contratamos en su país para que me ayudara a superar la depresión, pero ahora no imagino mi vida sin él.
-¡Pero si solo lleváis juntos unos días!
-Ya, pero ha sido un flechazo instantáneo, como el cacao en polvo. Supongo que no tiene nada de malo hablar con desconocidos, pues entre ellos se encuentra nuestro amor.
-También se puede encontrar nuestro asesino, no te olvides de lo que le acaba de pasar a nuestra abuela.
- Bësta siempre fue demasiado confiada. En cambio, a mí no me podrían engañar. Yo siempre he tenido claro lo que quiero.
En ese momento, un fugaz destello de su verdadero yo interior acudió al pensamiento de Nïta, pero condicionada con la terapia de Ben, rápidamente desapareció y volvió a sentirse dichosa de ser como ahora era. Puede que todo fuera falso, fruto de la hipnosis o de drogas que alteraban la conducta, pero no se sentía así de bien desde que era niña y soñaba con los cuentos que su queridísima mamá le contaba antes de irse a dormir.
Ethel y Nïta se citaron para pasar la mañana juntas en un centro de ocio y restauración viendo artículos en tiendas de ropa y calzado, para luego ir a almorzar en una franquicia de las muchas que decían ofrecer platos con menos calorías sin renunciar al sabor ni al precio acostumbrado. Tal cosa era posible gracias a la reducción de las raciones hasta el mínimo tolerable a la vista. Además de ayudar a mantener la línea y aumentar los beneficios, esa práctica empresarial dejaba más tiempo para que los comensales charlaran:
-¿Y por qué tu nombre no lleva diéresis?- inquirió Nïta mientras traían las ensaladas.
-La verdad es que lo prefiero así, y es que la costumbre de llevar una diéresis en absurda. Nadie sabe a ciencia cierta los motivos de esta práctica. No me preguntes el porqué, pero en la dirección financiera de Google nadie tiene diéresis en su nombre. Se dice que llevar diéresis es muy ikea, y eso lo utilizamos como insulto.
-¿En serio lo prefieres así? Yo sin los dos puntitos me sentiría desnuda.
-No sé, tal vez podría conseguir que el registro aceptase mi nombre con diéresis y sin ella.
-Anda ya, no seas tonta. Mismamente, yo me llamo Lörna Mälden, como mi madre, pero todos me llaman Nïta. Y el novio de Sören, Alëx, en realidad se llama Alexander. ¿Te lo puedes creer? Sin diéresis y encima tan largo que parece que no se va a acabar nunca.
-O sea, que Alëx no la tiene pero la usa como si tal cosa.
-Pues claro, querida, con todas las personas que somos como para comprobar si la gente anda por ahí cambiándose el nombre. Esas cosas son irrelevantes.
-¿Pero dónde me la debería poner, en la primera e o en la segunda?
-Ay, pues no sé, porque llevarla en una mayúscula revela un carácter en exceso transgresor para una señorita, pero en la segunda e tampoco me convence.
-Entonces me lo dejo como está, ¿no?- se aventuró Ethel.
-Ni hablar, ya verás lo bien que te sientes cuando tu nombre lleve diéresis.
-Pero si no está bien en ninguna vocal...
-Pues entonces te puedes llamar Ethëla.- afirmó Nïta con rotundidad.
-¿Ethëla?
-Por supuesto, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Añadiendo una a al final, la diéresis queda estupenda y definitivamente resulta mucho más femenino.
Llegó el segundo plato, unas endivias al vapor para Nïta y un filete de panga para Ethel, convertida irremediablemente en Ethëla mientras mantuviera cualquier contacto con su familia. Nïta, vivaracha, siguió con la cháchara acostumbrada en tales ocasiones:
-¿Y no tienes novio?
-No, mis responsabilidades no me lo permiten.
-Ah, pues vaya fastidio. ¿Y no te gusta alguien de tu trabajo?
-No sé, no me había parado a pensarlo. El caso es que hay un chico que supervisa algoritmos que no está nada mal. Tal vez podríamos formar pareja eventualmente si no hay ningún impedimento.
-¡Pues debes asegurarte de que no haya ninguno! Yo antes de conocer a Ben tenía ideas muy raras en la cabeza y hasta me había vuelto un poquito agresiva. Pero ahora él me completa y soy feliz.
-Me alegro mucho de que ahora seas feliz, ¿pero no conoces demasiado poco a Ben?
-Bah, tonterías. Él era un desconocido cuando le contratamos en su país para que me ayudara a superar la depresión, pero ahora no imagino mi vida sin él.
-¡Pero si solo lleváis juntos unos días!
-Ya, pero ha sido un flechazo instantáneo, como el cacao en polvo. Supongo que no tiene nada de malo hablar con desconocidos, pues entre ellos se encuentra nuestro amor.
-También se puede encontrar nuestro asesino, no te olvides de lo que le acaba de pasar a nuestra abuela.
- Bësta siempre fue demasiado confiada. En cambio, a mí no me podrían engañar. Yo siempre he tenido claro lo que quiero.
En ese momento, un fugaz destello de su verdadero yo interior acudió al pensamiento de Nïta, pero condicionada con la terapia de Ben, rápidamente desapareció y volvió a sentirse dichosa de ser como ahora era. Puede que todo fuera falso, fruto de la hipnosis o de drogas que alteraban la conducta, pero no se sentía así de bien desde que era niña y soñaba con los cuentos que su queridísima mamá le contaba antes de irse a dormir.