Ben siempre quiso vivir en un país rico. Si bien es cierto que no había sufrido carencias, tampoco pudo permitirse lujos. En lo que respecta a la comida, la ropa y la vivienda, los sueldos permiten hacerse con cantidades similares a las del primer mundo, aunque los artículos en ocasiones sean de peor calidad. El problema surge cuando se pretende adquirir mercancías importadas o hacer un viaje al extranjero. Todo se vuelve prohibitivo para el anonadado comprador, que se ve forzado a renunciar a mucho para conseguir lo que anhela.
Sabiéndose perteneciente a la mayoría que ha nacido en un país con menor renta y más desigualdad, Ben se consolaba pensando que al menos su familia pudo permitirse costear sus estudios becados en una universidad sin demasiado prestigio, pero que decía ofrecer mejor formación que otras más afamadas. Ben era médico, y con su formación cristiana estaba capacitado para realizar desde un exorcismo hasta un implante de pechos, pasando por terapias secretas para que los pecadores abandonasen sus vidas disolutas. Cuando le ofrecieron llevar a cabo un cambio de sexo en una gran ciudad europea, no tardó ni un segundo en aceptar. Había llegado su oportunidad de emigrar y crear una familia cristiana. Al fin podría comprarse cualquier cosa, pues su sueldo habría de multiplicarse una vez asentado en su nuevo hogar. Pese a que su moral le impelía a llevar una vida frugal en lo físico, la tentación habría de acabar doblegando su voluntad.
Ese mismo martes en el que Alëx y Këvin-Nïta contrataron a Ben, sin saber que desde el primer momento pensaba incumplir el contrato que firmó gustoso, una madre desnaturalizada expulsaba a su hijo del hogar en una lluviosa noche sin luna. Desesperado y sin saber qué hacer ni dónde ir, el niño acudió lloroso a la primera persona que pasaba por la oscura calle: Lörna.
Cualquier persona caritativa hubiese auxiliado al malhadado infante, interesándose por su situación y acompañándole a la vivienda de un familiar receptivo a la presencia del pequeño. En cambio, Lörna no sintió la menor compasión por el menor y llamó a la policía en contra de las súplicas y lamentos del niño, que decía aterrorizado no querer volver junto a su colérica madre. Llegó una patrulla robótica y tras analizar el caso decidieron que la respuesta óptima consistía en internar al tembloroso niño en un centro de menores. Era tan evidente que no era necesaria la intervención de un juez. Maltratos, vejaciones y un sinfín de instantes imposibles de olvidar acompañarían al interno durante cada día de sus próximos años gracias a la desafortunada reacción de Lörna.
Mientras los policías forzaban al desahuciado a entrar en el vehículo, el niño gritaba y maldecía furioso: -Pendeja, sofeísima.- Lörna se alegró de que su hija ya fuera adulta. Con el disgusto que tuvo tras su imprevisto embarazo, pagó una fútil operación para que le extirpasen el útero y los ovarios. Además estaba harta de las periódicas menstruaciones que tanto le repugnaban. -¡Socorro, señor, ayúdeme!- gritaba el niño a un joven que pasaba por allí en ese momento. -Algo habrá hecho este chaval para que la policía se lo lleve detenido.- pensó el transeúnte, que no había tenido la desgracia de nacer una familia desestructurada.
El mismo día en el que Ben fue contratado y Lörna se desentendió del chico abandonado a su suerte, Värni movió ligeramente el dedo meñique de la mano derecha, mientras yacía inerte en la cama de un hospital, pero nadie pudo felicitarse del primer indicio de su mejoría. Llevaba casi un año en estado vegetativo, desde que Nïta intentase matarlo por piropearla y ensalzar sus inabarcables pechos, a los que comparó con balones de fútbol en una metáfora poco elaborada y que rozaba la impertinencia al estar acompañada de un gesto abarcador con ambas manos.
Algo pasó ese martes en el que el seductor trajeado permanecía en coma para que cuando despertase unos meses después de que se produjera El Incidente, lo hiciera totalmente transformado. ¿Le tocaría el enfermero por la noche mientras transcurría el turno de guardia? ¿Soñaría Värni con un enfermero tocándole de madrugada? ¿Acaso en su lamentable estado podría soñar o incluso sentir los tocamientos nocturnos de un enfermero sin nada mejor a lo que dedicarse?
Podría decirse que aquel martes se plantó la semilla que germinando convertida en la flor de la indolencia, y libada por la abeja de la desidia daría el fruto de la desgracia. Pero no, pues en verdad la tragedia llevaba demasiado tiempo preparándose y era inevitable que llegara a suceder. Ya faltaba poco para que el árbol de la injusticia, alimentado por la codicia y la mentira siempre interesada, alcanzara con sus raíces el centro de cada corazón humano. Entonces sólo quedaría una última oportunidad para la regeneración, acaso ya imposible después de tanto tocarse.
Sabiéndose perteneciente a la mayoría que ha nacido en un país con menor renta y más desigualdad, Ben se consolaba pensando que al menos su familia pudo permitirse costear sus estudios becados en una universidad sin demasiado prestigio, pero que decía ofrecer mejor formación que otras más afamadas. Ben era médico, y con su formación cristiana estaba capacitado para realizar desde un exorcismo hasta un implante de pechos, pasando por terapias secretas para que los pecadores abandonasen sus vidas disolutas. Cuando le ofrecieron llevar a cabo un cambio de sexo en una gran ciudad europea, no tardó ni un segundo en aceptar. Había llegado su oportunidad de emigrar y crear una familia cristiana. Al fin podría comprarse cualquier cosa, pues su sueldo habría de multiplicarse una vez asentado en su nuevo hogar. Pese a que su moral le impelía a llevar una vida frugal en lo físico, la tentación habría de acabar doblegando su voluntad.
Ese mismo martes en el que Alëx y Këvin-Nïta contrataron a Ben, sin saber que desde el primer momento pensaba incumplir el contrato que firmó gustoso, una madre desnaturalizada expulsaba a su hijo del hogar en una lluviosa noche sin luna. Desesperado y sin saber qué hacer ni dónde ir, el niño acudió lloroso a la primera persona que pasaba por la oscura calle: Lörna.
Cualquier persona caritativa hubiese auxiliado al malhadado infante, interesándose por su situación y acompañándole a la vivienda de un familiar receptivo a la presencia del pequeño. En cambio, Lörna no sintió la menor compasión por el menor y llamó a la policía en contra de las súplicas y lamentos del niño, que decía aterrorizado no querer volver junto a su colérica madre. Llegó una patrulla robótica y tras analizar el caso decidieron que la respuesta óptima consistía en internar al tembloroso niño en un centro de menores. Era tan evidente que no era necesaria la intervención de un juez. Maltratos, vejaciones y un sinfín de instantes imposibles de olvidar acompañarían al interno durante cada día de sus próximos años gracias a la desafortunada reacción de Lörna.
Mientras los policías forzaban al desahuciado a entrar en el vehículo, el niño gritaba y maldecía furioso: -Pendeja, sofeísima.- Lörna se alegró de que su hija ya fuera adulta. Con el disgusto que tuvo tras su imprevisto embarazo, pagó una fútil operación para que le extirpasen el útero y los ovarios. Además estaba harta de las periódicas menstruaciones que tanto le repugnaban. -¡Socorro, señor, ayúdeme!- gritaba el niño a un joven que pasaba por allí en ese momento. -Algo habrá hecho este chaval para que la policía se lo lleve detenido.- pensó el transeúnte, que no había tenido la desgracia de nacer una familia desestructurada.
El mismo día en el que Ben fue contratado y Lörna se desentendió del chico abandonado a su suerte, Värni movió ligeramente el dedo meñique de la mano derecha, mientras yacía inerte en la cama de un hospital, pero nadie pudo felicitarse del primer indicio de su mejoría. Llevaba casi un año en estado vegetativo, desde que Nïta intentase matarlo por piropearla y ensalzar sus inabarcables pechos, a los que comparó con balones de fútbol en una metáfora poco elaborada y que rozaba la impertinencia al estar acompañada de un gesto abarcador con ambas manos.
Algo pasó ese martes en el que el seductor trajeado permanecía en coma para que cuando despertase unos meses después de que se produjera El Incidente, lo hiciera totalmente transformado. ¿Le tocaría el enfermero por la noche mientras transcurría el turno de guardia? ¿Soñaría Värni con un enfermero tocándole de madrugada? ¿Acaso en su lamentable estado podría soñar o incluso sentir los tocamientos nocturnos de un enfermero sin nada mejor a lo que dedicarse?
Podría decirse que aquel martes se plantó la semilla que germinando convertida en la flor de la indolencia, y libada por la abeja de la desidia daría el fruto de la desgracia. Pero no, pues en verdad la tragedia llevaba demasiado tiempo preparándose y era inevitable que llegara a suceder. Ya faltaba poco para que el árbol de la injusticia, alimentado por la codicia y la mentira siempre interesada, alcanzara con sus raíces el centro de cada corazón humano. Entonces sólo quedaría una última oportunidad para la regeneración, acaso ya imposible después de tanto tocarse.