Mientras siguiera de vacaciones, Ethel se quedaría a vivir en casa de sus odiosos padres. No había otra palabra para definir a una pareja que llevando casada casi treinta años se comportaba como gatitos en celo. Cuando su querido Ihrën le seguía el juego, Ingrid perdía súbitamente el interés. En cambio, si Ihrën estaba entretenido con sus pueriles aficiones, su mujer acudía presta a reclamar su cuota horaria de arrumacos, y es que Ingrid, más bien podría haberse llamado Flora en honor a la gata que estaba a disgusto con cualquier situación.
Los días se sucedían en una monótona calma tan solo interrumpida por alguna pequeña discusión que se zanjaba con las conciliadoras palabras de Ihrën. Al principio los tres estaban muy tristes por la muerte del desventurado Imär, asesinado por su propia prima. Además del muerto, la propia asesina y su cómplice Alëx, nadie llegaría a averiguar la identidad de sus verdugos. Aunque hubieran sabido que su prima y el hijo de su novio conspiraron para asesinarle, jamás podrían haberse imaginado los móviles de ambos: acabar con la retahíla de chistes sin gracia que Imär contaba sin tregua en el caso de Alëx y algo todavía más insólito en el caso de Nïta, que le mató con el afán de superar su envidia de pene.
Poco a poco, aunque inusitadamente rápido para estos casos, los padres del finado recuperaron la alegría ronroneando en los rincones más insospechados de la casa. Ethëla, como toda su familia la llamaba, no podía concebir que nunca fuese a hablar con su único hermano. Además era su hermano mellizo, con quien había estado compartiendo el vientre materno durante nueve meses, sintiéndose el uno al otro como en mística unión espiritual. Aunque según iba sabiendo más de su hermano sus ideas fueron cambiando hasta preguntarse cómo alguien de su sangre podía haber sido tan idiota.
La familia organizó visitas culturales a todos los museos de la ciudad para que la hija no se cansara demasiado pronto. A Ethel todas las exposiciones le parecían demasiado divulgativas y carentes del debido rigor científico o artístico, pero sus padres estaban entusiasmados con cada nuevo guía que les repetía el discurso plagado de detalles sin importancia que hacían las delicias de los grupos de turistas, ancianos y niños contentos por librarse un día de sus aburridas clases.
Pasaron los días y la joven fingió haber recibido una notificación del departamento de personal en la que se le urgía a incorporarse a su puesto a la mayor brevedad posible. Sus padres se disgustaron mucho al comunicarles la falsa noticia, pero acostumbrados a perder y encontrar hijos sin estar prevenidos, pronto pasó su desazón.
El día de su partida, su familia decidió organizarle una fiesta sorpresa de la que Ethel tuvo noticias desde el primer momento. Lörna y Hökun aprovecharon la ocasión para comunicarles a todos intención de contraer matrimonio. Su cuñada Ingrid fingió alegría, pero su cara se pareció más a la de alguien que acaba de darse cuenta de que no debió probar la leche caducada. La fiesta tocaba a su fin. Imär e Ingrid observaban compungidos la marcha de su hija. Ethel se despidió de su familia con un -Hasta la vista, os echaré mucho de menos.- Al cerrar la puerta, su expresión se tornó aliviada mientras susurraba: -¡Aunque antes de volver a veros preferiría arrancarme los ojos!
Los días se sucedían en una monótona calma tan solo interrumpida por alguna pequeña discusión que se zanjaba con las conciliadoras palabras de Ihrën. Al principio los tres estaban muy tristes por la muerte del desventurado Imär, asesinado por su propia prima. Además del muerto, la propia asesina y su cómplice Alëx, nadie llegaría a averiguar la identidad de sus verdugos. Aunque hubieran sabido que su prima y el hijo de su novio conspiraron para asesinarle, jamás podrían haberse imaginado los móviles de ambos: acabar con la retahíla de chistes sin gracia que Imär contaba sin tregua en el caso de Alëx y algo todavía más insólito en el caso de Nïta, que le mató con el afán de superar su envidia de pene.
Poco a poco, aunque inusitadamente rápido para estos casos, los padres del finado recuperaron la alegría ronroneando en los rincones más insospechados de la casa. Ethëla, como toda su familia la llamaba, no podía concebir que nunca fuese a hablar con su único hermano. Además era su hermano mellizo, con quien había estado compartiendo el vientre materno durante nueve meses, sintiéndose el uno al otro como en mística unión espiritual. Aunque según iba sabiendo más de su hermano sus ideas fueron cambiando hasta preguntarse cómo alguien de su sangre podía haber sido tan idiota.
La familia organizó visitas culturales a todos los museos de la ciudad para que la hija no se cansara demasiado pronto. A Ethel todas las exposiciones le parecían demasiado divulgativas y carentes del debido rigor científico o artístico, pero sus padres estaban entusiasmados con cada nuevo guía que les repetía el discurso plagado de detalles sin importancia que hacían las delicias de los grupos de turistas, ancianos y niños contentos por librarse un día de sus aburridas clases.
Pasaron los días y la joven fingió haber recibido una notificación del departamento de personal en la que se le urgía a incorporarse a su puesto a la mayor brevedad posible. Sus padres se disgustaron mucho al comunicarles la falsa noticia, pero acostumbrados a perder y encontrar hijos sin estar prevenidos, pronto pasó su desazón.
El día de su partida, su familia decidió organizarle una fiesta sorpresa de la que Ethel tuvo noticias desde el primer momento. Lörna y Hökun aprovecharon la ocasión para comunicarles a todos intención de contraer matrimonio. Su cuñada Ingrid fingió alegría, pero su cara se pareció más a la de alguien que acaba de darse cuenta de que no debió probar la leche caducada. La fiesta tocaba a su fin. Imär e Ingrid observaban compungidos la marcha de su hija. Ethel se despidió de su familia con un -Hasta la vista, os echaré mucho de menos.- Al cerrar la puerta, su expresión se tornó aliviada mientras susurraba: -¡Aunque antes de volver a veros preferiría arrancarme los ojos!