Tras hacerse un torniquete, Alëx llegó a duras penas al hospital más cercano, pero había sido evacuado y no quedaba nadie que le pudiera auxiliar. A pesar de que ya no sangraba tanto, lo seguía haciendo y sabía que había perdido mucha sangre, así que fue hasta su casa y puso a calentar el wok. Cuando su dios estuvo caliente, metió el muñón hasta que el olor a carne quemada le hizo desmayarse.
Se despertó media hora después notando un fuerte olor a muebles baratos quemados. Por fin se dio cuenta de que estaba sordo. La herida ya no sangraba, sino que se le había formado una costra parduzca en la que sobresalían astillas carbonizadas del húmero. Su edificio estaba ardiendo y notaba que el suelo vibraba violentamente bajo sus pies. Le empezaron a castañetear los dientes como nunca antes lo hubieran hecho. De súbito le estalló uno de ellos. El resto le siguió llenando de afilados trozos de marfil su cada vez más sanguinolenta boca.
Con toda la rapidez con la que es posible moverse tal como Alëx se encontraba, protegió como pudo su cuerpo con varias capas de ropa. Cuando acabó, se metió en la ducha para mojarse de arriba a abajo. El bloque de viviendas cada vez vibraba más y el fuerte humo se hacía insoportable. Salió de su apartamento y bajó por las escaleras hasta que dos pisos más abajo el fuego le impidió el paso. Temiendo por su vida si se quedaba en la casa, se arriesgó y tomando impulso se dispuso a correr entre las llamas. Cuando ya casi llegaba a la zona segura, tropezó y cayó, quemándose media cara y parte del torso. Sacando fuerzas de donde no las había, se levantó como pudo y siguió avanzando hasta que encontró la salida del edificio. Unos minutos después, mientras el sonido seguía intensificándose, aunque ya nadie lo pudiera percibir, las viviendas comenzaron a derrumbarse como castillos de naipes a ambos lados del incrédulo Alëx, que zigzagueaba confundido por la avenida desolada.
Poco a poco se fueron formando grupos de supervivientes, cuya preocupación más inmediata era alejarse lo máximo posible del Círculo, de donde provenía aquel ruido que los había dejado sordos, desdentados y sin un hogar. Para escapar, las personas se echaron a las agrietadas carreteras en las que solo veían coches detenidos de cualquier forma, con los cristales reventados y sus ocupantes desangrados en el interior. Alëx fue cambiando de grupo, porque debido a su lamentable estado se movía despacio y lastraba el avance de las personas, que disgustadas por su aspecto lo iban dejando atrás.
El joven herido se encontraba en los Alpes, y como siempre hacemos cuando creemos haber tocado fondo, Alëx puso rumbo a su hogar. Un gran trecho le separaba de Escandinavia, pero haría lo que fuera necesario para llegar allí y reencontrarse con su familia.
El orden fue restableciéndose poco a poco, y de nuevo se podía viajar en tren o en avión. Se levantaron campamentos de refugiados mientras se reconstruían los edificios afectados. Alëx no pudo encontrar sitio en uno de los campos, ni tampoco comprar un billete que lo llevara a su hogar, junto a su padre. Ni siquiera podía ir a un hospital sin que lo detuvieran. Una orden de busca y captura pesaba sobre cada trabajador del Círculo. Aunque se sabía un héroe, sospechaba que las autoridades necesitarían un cabeza de turco, así que el joven manco con la cara quemada se vio obligado a echarse al monte, ocultándose de día y viajando de noche al amparo de la oscuridad.
Mientras estaba bordeando a distancia una ciudad alemana se cruzó en el camino de dos mendigos bávaros que discutían aparatosamente por ver quién la tenía más grande. Alëx, deseoso de contacto humano y movido por la curiosidad, acudió presto a zanjar la disputa.
(Las siguientes conversaciones fueron llevadas a cabo mediante gestos. Para facilitar su
comprensión, transcribimos el significado de lo que mediante la mímica se expresó)
-Hola chicos, ¿necesitáis ayuda?- Susurró Alëx con voz melosa.
-¿Quién anda ahí?- Respondieron al unísono los dos pordioseros.
La luna llena desveló la horrible faz del joven infortunado. Los rostros de los sintecho se contrajeron en una mueca de disgusto.
-¡Joder, vaya pintas! Guárdatela tío, a saber lo que nos contagia el colega...
-Espero no haberos cortado el rollo... Solo me he acercado porque os he visto discutir y he pensado que igual os podría echar una mano.
-Desde luego, una mano como mucho, chato. ¿Dónde te has dejado el otro brazo? ¿En la barbacoa donde te churruscaste la jeta?
Tras el cruel comentario, Alëx, embrutecido por la cólera se abalanzó contra el alemán que se había reído de su desgracia. Los tres hombres se enzarzaron en una pelea que acabó perdiendo el muchacho. A pesar de que de pequeño su madre le obligó a aprender artes marciales, cuatro brazos siempre han podido contra uno. Una vez que le tuvieron inmovilizado, aprovecharon para cachearle en busca de armas, dinero o sustancias estimulantes. Solo llevaba una fotografía en la que estaba con un hombre muy parecido a él. Sin duda se trataba de su padre. Si no llevaba otra imagen de su madre era porque debía de haberse quedado huérfano. Aquello enterneció a los hombres, que le devolvieron la foto y le pidieron perdón. Al dejarle libre Alëx no aprovechó para irse porque aunque hubieran comenzado con mal pie tenía la esperanza de encontrar en ellos dos buenos amigos.
Gracias a sus compañeros Alëx cruzó Baviera mucho más rápido de lo que lo pudiera haber hecho en solitario. Los dos hombres le condujeron por los atajos que conocían, acortando el camino y haciéndolo más seguro. Mientras por las noches caminaban sin tregua, los días los pasaban ocultos entre los arbustos dormitando, charlando sobre lo injusto que era todo o dando rienda suelta a su amistad, labor en la que el manco brillaba con luz propia.
Harto del debate sobre el que constantemente volvían los mendigos, Alëx decidió zanjarlo de una vez por todas. -¿Cuándo aprenderán los hombres que el tamaño no importa? Además las dos tienen su encanto, no discutáis por esas tonterías. Lo importante es que estén un poco inclinadas a un lado. A mí personalmente me gustan algo viradas a la derecha, pero no mucho, porque cuando están demasiado torcidas sería mejor que estuvieran totalmente rectas.- El joven con la cara quemada comenzó a divagar sobre uno de sus temas favoritos hasta que uno de los pobres le corto: -Muy bien, todo lo que tú quieras, ¿pero quién la tiene más grande? -Tú, Günter.- reconoció Alëx. -¡Ves, te lo dije!- Günter comenzó a levantar y bajar los brazos en señal de victoria. El otro sintecho se puso pálido para luego enrojecer como un tomate que madurase súbitamente y comenzó a golpear alternativamente a Günter por superarlo y a Alëx por su sinceridad. Los tres estaban lo suficientemente borrachos para envalentonarse y convertir aquello en una pelea sin sentido de todos contra todos. Como no podía ser de otra manera, la riña degeneró en sexo salvaje, pero como se habían pasado con la bebida, ante la imposibilidad de obtener placer regresaron de nuevo a los golpes. En la confusión, Alëx tropezó con una piedra y cayó por un terraplén. Al resbalarse se hizo un esguince en el tobillo y mientras rodaba se golpeó la cabeza, quedando inconsciente. Günter y su amigo menos dotado se asustaron pensando que había muerto, y huyeron temiendo que les acusaran de haberlo asesinado tras mutilarlo de mala manera.
Dos días y dos noches estuvo el joven tumbado en el suelo hasta que despertó. Una enorme rata se le estaba comiendo la nariz. Instintivamente se revolvió mientras se la intentaba separar con las manos, pero como solo tenía una, la rata continuaba firmemente sujeta al cartílago al que había clavado sus largos y afilados dientes. Preso del pánico, agarró la rata y tiró con todas sus fuerzas. El animal salió volando, pero un diente quedó incrustado en la nariz de Alëx, quien trató en vano de desprenderlo. Tendría que aprender a convivir con él mientras la infección ablandase la zona.
Casi mil kilómetros después de ser abandonado por los que creía sus amigos, unos niños se encontraron con Alëx, pero no lo socorrieron como hubiéramos hecho cualquiera de nosotros. Los niños tenían una visión tan deformada de la realidad que pensaron que era un zombie, y para impedir que se acercase y comiera sus cerebros, le empezaron a apedrear.
Por desgracia, los videojuegos habían conseguido afinar su puntería y la mayoría de las veces acertaron en la cabeza. Alëx se alejó tan rápido como le permitió su tobillo dolorido, pero los niños le persiguieron a distancia mientras continuaban con aquella suerte de lapidación. El pobre monstruo se arrastraba entre la maleza tan apurado que no se fijo en una rama puntiaguda que se interpuso en su camino. Una ola de dolor en su ojo derecho le hizo creer momentáneamente que había recuperado el oído, porque experimentó una punzada tan intensa que hasta notó un fuerte pitido caliente y sinestésico.
Al saberse tuerto, volvió enfurecido sobre sus pasos en busca de los chiquillos que le seguían tirando piedras. Al ver que se encaminaba hacia ellos, los pequeños abandonaron su actitud hostil y cambiaron su rol de cazador a presa. Los niños con sobrepeso fueron quedando rezagados respecto a sus compañeros. El que era más torpe y rollizo se encontraba cada vez más cerca de Alëx, y comenzó a llorar anticipando lo que se le sobrevenía. El joven que hace unas semanas era guapísimo y a quien ahora daba pena verlo, agarró con su único brazo al apedreador que tuvo a su alcance y clavó con saña sus afilados dientes rotos en el cuello del indefenso cerdito, que chilló y se revolvió como si se tratase del animal al que su peso le hacía parecerse. Calmada su ansia asesina, prosiguió su marcha sin dilación. Había nacido la leyenda de ‘El Zombie Vampiro de Hamburgo’.
A Alëx le faltaba parte de la nariz y el ojo derecho, en su lugar lucía la carne purulenta que casi parecía burbujear, la parte izquierda de su mandíbula estaba carbonizada, la costra quemada se extendía por el cuello y el pecho, llegando hasta el pezón. Había perdido el brazo derecho, y lucía una horrible quemadura que dejaba ver parte del hueso. Andaba cojeando del pie izquierdo, que apuntaba hacia fuera y arrastraba cómicamente. Así, convertido en un hombre horriblemente desfigurado dos meses después de El Incidente, llegó a su hogar el que fuera responsable del desaguisado por aquella idea de las trompetas, aunque también fue quien evitó la destrucción total del mundo al impedir que aquel perturbado lograra meter la última. Al verlo entrar, su padre lloró de felicidad. Apenas unos segundos después, Sören se excusó y fue al baño a vomitar.
Se despertó media hora después notando un fuerte olor a muebles baratos quemados. Por fin se dio cuenta de que estaba sordo. La herida ya no sangraba, sino que se le había formado una costra parduzca en la que sobresalían astillas carbonizadas del húmero. Su edificio estaba ardiendo y notaba que el suelo vibraba violentamente bajo sus pies. Le empezaron a castañetear los dientes como nunca antes lo hubieran hecho. De súbito le estalló uno de ellos. El resto le siguió llenando de afilados trozos de marfil su cada vez más sanguinolenta boca.
Con toda la rapidez con la que es posible moverse tal como Alëx se encontraba, protegió como pudo su cuerpo con varias capas de ropa. Cuando acabó, se metió en la ducha para mojarse de arriba a abajo. El bloque de viviendas cada vez vibraba más y el fuerte humo se hacía insoportable. Salió de su apartamento y bajó por las escaleras hasta que dos pisos más abajo el fuego le impidió el paso. Temiendo por su vida si se quedaba en la casa, se arriesgó y tomando impulso se dispuso a correr entre las llamas. Cuando ya casi llegaba a la zona segura, tropezó y cayó, quemándose media cara y parte del torso. Sacando fuerzas de donde no las había, se levantó como pudo y siguió avanzando hasta que encontró la salida del edificio. Unos minutos después, mientras el sonido seguía intensificándose, aunque ya nadie lo pudiera percibir, las viviendas comenzaron a derrumbarse como castillos de naipes a ambos lados del incrédulo Alëx, que zigzagueaba confundido por la avenida desolada.
Poco a poco se fueron formando grupos de supervivientes, cuya preocupación más inmediata era alejarse lo máximo posible del Círculo, de donde provenía aquel ruido que los había dejado sordos, desdentados y sin un hogar. Para escapar, las personas se echaron a las agrietadas carreteras en las que solo veían coches detenidos de cualquier forma, con los cristales reventados y sus ocupantes desangrados en el interior. Alëx fue cambiando de grupo, porque debido a su lamentable estado se movía despacio y lastraba el avance de las personas, que disgustadas por su aspecto lo iban dejando atrás.
El joven herido se encontraba en los Alpes, y como siempre hacemos cuando creemos haber tocado fondo, Alëx puso rumbo a su hogar. Un gran trecho le separaba de Escandinavia, pero haría lo que fuera necesario para llegar allí y reencontrarse con su familia.
El orden fue restableciéndose poco a poco, y de nuevo se podía viajar en tren o en avión. Se levantaron campamentos de refugiados mientras se reconstruían los edificios afectados. Alëx no pudo encontrar sitio en uno de los campos, ni tampoco comprar un billete que lo llevara a su hogar, junto a su padre. Ni siquiera podía ir a un hospital sin que lo detuvieran. Una orden de busca y captura pesaba sobre cada trabajador del Círculo. Aunque se sabía un héroe, sospechaba que las autoridades necesitarían un cabeza de turco, así que el joven manco con la cara quemada se vio obligado a echarse al monte, ocultándose de día y viajando de noche al amparo de la oscuridad.
Mientras estaba bordeando a distancia una ciudad alemana se cruzó en el camino de dos mendigos bávaros que discutían aparatosamente por ver quién la tenía más grande. Alëx, deseoso de contacto humano y movido por la curiosidad, acudió presto a zanjar la disputa.
(Las siguientes conversaciones fueron llevadas a cabo mediante gestos. Para facilitar su
comprensión, transcribimos el significado de lo que mediante la mímica se expresó)
-Hola chicos, ¿necesitáis ayuda?- Susurró Alëx con voz melosa.
-¿Quién anda ahí?- Respondieron al unísono los dos pordioseros.
La luna llena desveló la horrible faz del joven infortunado. Los rostros de los sintecho se contrajeron en una mueca de disgusto.
-¡Joder, vaya pintas! Guárdatela tío, a saber lo que nos contagia el colega...
-Espero no haberos cortado el rollo... Solo me he acercado porque os he visto discutir y he pensado que igual os podría echar una mano.
-Desde luego, una mano como mucho, chato. ¿Dónde te has dejado el otro brazo? ¿En la barbacoa donde te churruscaste la jeta?
Tras el cruel comentario, Alëx, embrutecido por la cólera se abalanzó contra el alemán que se había reído de su desgracia. Los tres hombres se enzarzaron en una pelea que acabó perdiendo el muchacho. A pesar de que de pequeño su madre le obligó a aprender artes marciales, cuatro brazos siempre han podido contra uno. Una vez que le tuvieron inmovilizado, aprovecharon para cachearle en busca de armas, dinero o sustancias estimulantes. Solo llevaba una fotografía en la que estaba con un hombre muy parecido a él. Sin duda se trataba de su padre. Si no llevaba otra imagen de su madre era porque debía de haberse quedado huérfano. Aquello enterneció a los hombres, que le devolvieron la foto y le pidieron perdón. Al dejarle libre Alëx no aprovechó para irse porque aunque hubieran comenzado con mal pie tenía la esperanza de encontrar en ellos dos buenos amigos.
Gracias a sus compañeros Alëx cruzó Baviera mucho más rápido de lo que lo pudiera haber hecho en solitario. Los dos hombres le condujeron por los atajos que conocían, acortando el camino y haciéndolo más seguro. Mientras por las noches caminaban sin tregua, los días los pasaban ocultos entre los arbustos dormitando, charlando sobre lo injusto que era todo o dando rienda suelta a su amistad, labor en la que el manco brillaba con luz propia.
Harto del debate sobre el que constantemente volvían los mendigos, Alëx decidió zanjarlo de una vez por todas. -¿Cuándo aprenderán los hombres que el tamaño no importa? Además las dos tienen su encanto, no discutáis por esas tonterías. Lo importante es que estén un poco inclinadas a un lado. A mí personalmente me gustan algo viradas a la derecha, pero no mucho, porque cuando están demasiado torcidas sería mejor que estuvieran totalmente rectas.- El joven con la cara quemada comenzó a divagar sobre uno de sus temas favoritos hasta que uno de los pobres le corto: -Muy bien, todo lo que tú quieras, ¿pero quién la tiene más grande? -Tú, Günter.- reconoció Alëx. -¡Ves, te lo dije!- Günter comenzó a levantar y bajar los brazos en señal de victoria. El otro sintecho se puso pálido para luego enrojecer como un tomate que madurase súbitamente y comenzó a golpear alternativamente a Günter por superarlo y a Alëx por su sinceridad. Los tres estaban lo suficientemente borrachos para envalentonarse y convertir aquello en una pelea sin sentido de todos contra todos. Como no podía ser de otra manera, la riña degeneró en sexo salvaje, pero como se habían pasado con la bebida, ante la imposibilidad de obtener placer regresaron de nuevo a los golpes. En la confusión, Alëx tropezó con una piedra y cayó por un terraplén. Al resbalarse se hizo un esguince en el tobillo y mientras rodaba se golpeó la cabeza, quedando inconsciente. Günter y su amigo menos dotado se asustaron pensando que había muerto, y huyeron temiendo que les acusaran de haberlo asesinado tras mutilarlo de mala manera.
Dos días y dos noches estuvo el joven tumbado en el suelo hasta que despertó. Una enorme rata se le estaba comiendo la nariz. Instintivamente se revolvió mientras se la intentaba separar con las manos, pero como solo tenía una, la rata continuaba firmemente sujeta al cartílago al que había clavado sus largos y afilados dientes. Preso del pánico, agarró la rata y tiró con todas sus fuerzas. El animal salió volando, pero un diente quedó incrustado en la nariz de Alëx, quien trató en vano de desprenderlo. Tendría que aprender a convivir con él mientras la infección ablandase la zona.
Casi mil kilómetros después de ser abandonado por los que creía sus amigos, unos niños se encontraron con Alëx, pero no lo socorrieron como hubiéramos hecho cualquiera de nosotros. Los niños tenían una visión tan deformada de la realidad que pensaron que era un zombie, y para impedir que se acercase y comiera sus cerebros, le empezaron a apedrear.
Por desgracia, los videojuegos habían conseguido afinar su puntería y la mayoría de las veces acertaron en la cabeza. Alëx se alejó tan rápido como le permitió su tobillo dolorido, pero los niños le persiguieron a distancia mientras continuaban con aquella suerte de lapidación. El pobre monstruo se arrastraba entre la maleza tan apurado que no se fijo en una rama puntiaguda que se interpuso en su camino. Una ola de dolor en su ojo derecho le hizo creer momentáneamente que había recuperado el oído, porque experimentó una punzada tan intensa que hasta notó un fuerte pitido caliente y sinestésico.
Al saberse tuerto, volvió enfurecido sobre sus pasos en busca de los chiquillos que le seguían tirando piedras. Al ver que se encaminaba hacia ellos, los pequeños abandonaron su actitud hostil y cambiaron su rol de cazador a presa. Los niños con sobrepeso fueron quedando rezagados respecto a sus compañeros. El que era más torpe y rollizo se encontraba cada vez más cerca de Alëx, y comenzó a llorar anticipando lo que se le sobrevenía. El joven que hace unas semanas era guapísimo y a quien ahora daba pena verlo, agarró con su único brazo al apedreador que tuvo a su alcance y clavó con saña sus afilados dientes rotos en el cuello del indefenso cerdito, que chilló y se revolvió como si se tratase del animal al que su peso le hacía parecerse. Calmada su ansia asesina, prosiguió su marcha sin dilación. Había nacido la leyenda de ‘El Zombie Vampiro de Hamburgo’.
A Alëx le faltaba parte de la nariz y el ojo derecho, en su lugar lucía la carne purulenta que casi parecía burbujear, la parte izquierda de su mandíbula estaba carbonizada, la costra quemada se extendía por el cuello y el pecho, llegando hasta el pezón. Había perdido el brazo derecho, y lucía una horrible quemadura que dejaba ver parte del hueso. Andaba cojeando del pie izquierdo, que apuntaba hacia fuera y arrastraba cómicamente. Así, convertido en un hombre horriblemente desfigurado dos meses después de El Incidente, llegó a su hogar el que fuera responsable del desaguisado por aquella idea de las trompetas, aunque también fue quien evitó la destrucción total del mundo al impedir que aquel perturbado lograra meter la última. Al verlo entrar, su padre lloró de felicidad. Apenas unos segundos después, Sören se excusó y fue al baño a vomitar.