Fruto de la disoluta niñez que tuvo, Nïta se convirtió en un homosexual atrapado en el cuerpo de una voluptuosa mujer. Y tal vez os preguntaréis, ¿en qué se diferencia una corriente heterosexual de un gay prisionero dentro de un cuerpo del sexo equivocado? Hay varias formas de expresar las diferencias. Algunas son crueles, otras zafias y las menos, pretendidamente objetivas. Dentro de este último tipo, nos encontramos con lo que aparece en uno de los principales manuales de psiquiatría: ‘Un homosexual atrapado en el cuerpo de una mujer se caracteriza por aborrecer sus órganos sexuales femeninos, repudiar su utilización en la cópula y preferir el uso de otras partes de su cuerpo para el intento de obtención de placer. A pesar de que nunca ha contado con él, echa en falta la presencia de un pene, que ansía de grandes dimensiones. En ocasiones también aborrece sus mamas, en especial cuando su tamaño es superior al medio. Su pelo tiende a estar cortado al estilo masculino, pero las afectadas por este trastorno de la personalidad se pueden diferenciar fácilmente de los tipos más andróginos de lesbianas en la ausencia de camisas de cuadros entre su vestimenta.’
Nïta odiaba sus hermosos pechos que tanto atraían a los hombres heterosexuales. Sin embargo, a ella le gustaban los chicos gays, que no deseaban corresponderla. Una solución podría haber sido cambiarse de sexo, pero desde que las feministas ostentaban el poder, sólo se permitían los cambios de sexo en el sentido contrario al pretendido por ella. El razonamiento era pantagruélicamente lógico: si las mujeres son superiores a los hombres en todos los aspectos, como ellas defienden, se debe permitir e incluso fomentar el cambio de sexo en el caso de que el objetivo sea hacerse mujer, pero bajo ningún concepto se puede aprobar que una mujer se convierta en un inferior varón.
Nïta se deprimió porque tras un par de docenas de malas experiencias, comprendió que jamás encontraría el amor verdadero. Sólo las burlas y la incomprensión estaban destinadas para ella. Pensó en suicidarse, pero no tuvo valor. Consideró la posibilidad de encargar a un sicario su propia muerte como una forma de ser indirectamente su propio verdugo y acabar así su agónica desesperación. Cuando por fin se decidió, tuvo la desgracia de que el asesino a sueldo se enamoró perdidamente de ella y se negó a ejecutarla.
Como el hombre que había de acabar con ella sabía que si la dejaba sola ella se mataría, la vigilaba día y noche. Nïta no podía hacer nada sin que su admirador no lo supiera. Más de tres meses duró el acoso hasta que el buen hombre comprendió que su amor era imposible ya que él la deseaba como mujer.
Nïta acudió a un retiro espiritual porque quería probar todo tipo de posibles soluciones antes de darse por vencida. Tras las charlas trascendentales y el sinfín de horas de meditación llegó a la conclusión de que si el universo se negaba a permitirle morir era porque tenía una misión que cumplir, y aunque aún no sabía en qué iba a consistir, si algo tenía claro era que aquella misión iba a ser extremadamente sangrienta.
Nïta odiaba sus hermosos pechos que tanto atraían a los hombres heterosexuales. Sin embargo, a ella le gustaban los chicos gays, que no deseaban corresponderla. Una solución podría haber sido cambiarse de sexo, pero desde que las feministas ostentaban el poder, sólo se permitían los cambios de sexo en el sentido contrario al pretendido por ella. El razonamiento era pantagruélicamente lógico: si las mujeres son superiores a los hombres en todos los aspectos, como ellas defienden, se debe permitir e incluso fomentar el cambio de sexo en el caso de que el objetivo sea hacerse mujer, pero bajo ningún concepto se puede aprobar que una mujer se convierta en un inferior varón.
Nïta se deprimió porque tras un par de docenas de malas experiencias, comprendió que jamás encontraría el amor verdadero. Sólo las burlas y la incomprensión estaban destinadas para ella. Pensó en suicidarse, pero no tuvo valor. Consideró la posibilidad de encargar a un sicario su propia muerte como una forma de ser indirectamente su propio verdugo y acabar así su agónica desesperación. Cuando por fin se decidió, tuvo la desgracia de que el asesino a sueldo se enamoró perdidamente de ella y se negó a ejecutarla.
Como el hombre que había de acabar con ella sabía que si la dejaba sola ella se mataría, la vigilaba día y noche. Nïta no podía hacer nada sin que su admirador no lo supiera. Más de tres meses duró el acoso hasta que el buen hombre comprendió que su amor era imposible ya que él la deseaba como mujer.
Nïta acudió a un retiro espiritual porque quería probar todo tipo de posibles soluciones antes de darse por vencida. Tras las charlas trascendentales y el sinfín de horas de meditación llegó a la conclusión de que si el universo se negaba a permitirle morir era porque tenía una misión que cumplir, y aunque aún no sabía en qué iba a consistir, si algo tenía claro era que aquella misión iba a ser extremadamente sangrienta.