Con un terrible dolor de cabeza provocado por el ensordecedor ruido de El Incidente, Värni despertó del coma en el que permaneció desde la brutal paliza que le propinó Nïta antes de que se convirtiese en la respetable esposa de un médico cristiano. La falta de consumidores y el colapso de los hospitales hicieron que Google Medical Care decidiera poner fin a todos los comas inducidos de personas con suficientes ahorros como para pagarse un costoso tratamiento de rehabilitación. Värni, que mostraba signos de recuperación desde un par de años atrás, fue uno de los primeros en usar la máquina resucitadora. Este aparato nunca antes se había utilizado más allá de la fase experimental porque los pacientes generaban grandes ingresos mientras permanecieran inconscientes en las camas de los hospitales.
Al contrario de lo que indica su nombre, la máquina resucitadora no tiene la capacidad de devolver la vida a los muertos. Lo que hace es lanzar la descarga adecuada a los centros nerviosos del paciente para sacarle del coma del mismo modo que se hace con el desfibrilador cada vez que a alguien se le para el corazón. Para evitar que nadie usara las máquinas hasta que fuese necesario, se guardaron en los sótanos de los hospitales tras una puerta con un llamativo rótulo que amenazaba con peligro radiactivo si se cruzaba el umbral. Además, las máquinas habían sido pintadas de color verde fosforito, de tal modo que cuando algún curioso conseguía abrir la puerta, huía de la habitación lo más rápido posible, temeroso de lo que un aparato de ese color pudiera causarle.
Cuando Värni se despertó, miró a su alrededor y vio al equipo médico en torno a la camilla. Al principio pensó que había muerto, pero al ver el logotipo de Google en la ropa de una enfermera se dio cuenta de que debía seguir vivo. -Google Corporation podría llegar muy lejos, pero jamás llegará al más allá, ¿verdad?- se dijo Värni temiendo que su razonamiento no fuese cierto.
Dos enfermeros le ayudaron a incorporarse y entonces vio la máquina que le había devuelto a la realidad. El extraño color le sobresaltó, pero movido por la costumbre desvió la mirada a la derecha del artilugio, donde había una auxiliar con unas curvas de infarto. Ante su asombro no sintió el más mínimo deseo de poseerla. En ese instante se dio cuenta de que su vida hasta entonces no había sido más que un sinsentido y resolvió hacerse célibe. Nunca más volvería a desperdiciar sus energías en algo tan banal como el sexo. Ahora dedicaría su tiempo a algo verdaderamente divertido como el mimo, la danza contemporánea, los recitales de poesía o la papiroflexia.
-¡Origami, origami, origami!- comenzó a gritar el paciente resucitado.
-¿Se habrá vuelto loco?- preguntó una enfermera mientras uno de sus compañeros inyectaba un potente calmante a Värni.
-No creas- le respondió una compañera. -He oído cosas mucho más raras de pacientes recién despertados del coma. Uno no paraba de repetir que necesitaba un piolet para ir a México, pero en cuanto se tomó una Coca-Cola se le pasó.
Poco le duró a Värni su promesa de celibato. Cuando llegó la hora de la cena una lata de refresco acompañaba al plato de espinacas y al yogur natural. En cuanto probó el primer sorbo, de nuevo comenzó a sentir ese deseo de tener sexo con el que conviven la mayoría de los hombres en todo momento. Antes del desayuno ya había logrado seducir a dos enfermeras del turno de noche.
Buena parte del personal femenino del hospital, más de la mitad de las pacientes y algunas visitas cayeron en el hechizo del pequeño seductor. Los rumores sobre las conquistas del paciente donjuanesco se extendieron por el hospital mucho antes de que Värni volviera a poder sostenerse en pie. Por culpa de la insaciable lujuria de nuestro amigo la productividad de las trabajadoras del hospital disminuyó más de un quince por ciento, haciendo que la lista de espera de la región se incrementara en más de dos días en algunas especialidades copadas por cirujanas.
Una sobremesa, por hablar de algo con su mujer, el doctor Ereo comentó que tenían un paciente que había salido del coma y tenía revuelto al hospital con sus apetitos desenfrenados. Nïta recordó al pequeño Värni, al que mató en su vorágine asesina. Había leído sobre él en el diario personal de su madre, y se deleitó especialmente con cada golpe que le propinó en la paliza que parecía no terminar nunca. ¿Y si Värni no hubiera muerto? ¡Debía ir a verle al hospital y saber si seguía vivo!
Unos meses atrás Nïta dio a luz a su primogénito, y ya estaba encinta de su segunda hija, a la que llamaría Lörna, como su madre hizo con ella. Acompañada de su bebé, y ataviada con un vestido sugerente que realzaba sus atributos naturales, se presentó sin avisar en la habitación del lascivo cuarentón.
-¿Värni, eres tú? ¡Estás vivo!
-¿Quién eres tú? ¿Nos conocemos? Es que tengo tan mala memoria para las caras…
Nïta se quitó el abrigo, dejando a la vista su generoso escote. A Värni se le abrió la boca mientras susurraba: -Estoy seguro que no nos hemos visto antes, me acordaría de ti.
-Hola Värni. No me recuerdas, pero yo te di la paliza que casi te mata, he venido para pedirte perdón.
-Claro que te perdono, corazón. Con semejantes pechos una mujer puede hacer lo que quiera con un hombre sin tener que darle explicaciones.
Unas semanas después, Värni salió del hospital para mudarse con su nueva amiga Nïta, que le compensó de esta forma por haberle dejado en coma tras golpearlo brutalmente. Värni le ayudaría a cuidar a su bebé mientras estaba embarazada, y las zalamerías del soltero vendrían bien al orgullo de su anfitriona, ya que su esposo Ben no prodigaba sus halagos. Al doctor le agradó la idea desde el primer momento porque “debemos ayudar al prójimo siempre que lo necesite, sobre todo cuando le hace falta por nuestra causa”. De esta forma, Värni abandonó el hospital cinco años después de que una ambulancia lo trasladase desde el callejón en el que un indigente lo encontró al borde de la muerte. El atento enfermero que tanto hizo por su recuperación, sentía que se le rompía el corazón al verlo partir. -Hasta siempre, amor mío- musitó el inconsolable violador. -Nunca te olvidaré.
Al contrario de lo que indica su nombre, la máquina resucitadora no tiene la capacidad de devolver la vida a los muertos. Lo que hace es lanzar la descarga adecuada a los centros nerviosos del paciente para sacarle del coma del mismo modo que se hace con el desfibrilador cada vez que a alguien se le para el corazón. Para evitar que nadie usara las máquinas hasta que fuese necesario, se guardaron en los sótanos de los hospitales tras una puerta con un llamativo rótulo que amenazaba con peligro radiactivo si se cruzaba el umbral. Además, las máquinas habían sido pintadas de color verde fosforito, de tal modo que cuando algún curioso conseguía abrir la puerta, huía de la habitación lo más rápido posible, temeroso de lo que un aparato de ese color pudiera causarle.
Cuando Värni se despertó, miró a su alrededor y vio al equipo médico en torno a la camilla. Al principio pensó que había muerto, pero al ver el logotipo de Google en la ropa de una enfermera se dio cuenta de que debía seguir vivo. -Google Corporation podría llegar muy lejos, pero jamás llegará al más allá, ¿verdad?- se dijo Värni temiendo que su razonamiento no fuese cierto.
Dos enfermeros le ayudaron a incorporarse y entonces vio la máquina que le había devuelto a la realidad. El extraño color le sobresaltó, pero movido por la costumbre desvió la mirada a la derecha del artilugio, donde había una auxiliar con unas curvas de infarto. Ante su asombro no sintió el más mínimo deseo de poseerla. En ese instante se dio cuenta de que su vida hasta entonces no había sido más que un sinsentido y resolvió hacerse célibe. Nunca más volvería a desperdiciar sus energías en algo tan banal como el sexo. Ahora dedicaría su tiempo a algo verdaderamente divertido como el mimo, la danza contemporánea, los recitales de poesía o la papiroflexia.
-¡Origami, origami, origami!- comenzó a gritar el paciente resucitado.
-¿Se habrá vuelto loco?- preguntó una enfermera mientras uno de sus compañeros inyectaba un potente calmante a Värni.
-No creas- le respondió una compañera. -He oído cosas mucho más raras de pacientes recién despertados del coma. Uno no paraba de repetir que necesitaba un piolet para ir a México, pero en cuanto se tomó una Coca-Cola se le pasó.
Poco le duró a Värni su promesa de celibato. Cuando llegó la hora de la cena una lata de refresco acompañaba al plato de espinacas y al yogur natural. En cuanto probó el primer sorbo, de nuevo comenzó a sentir ese deseo de tener sexo con el que conviven la mayoría de los hombres en todo momento. Antes del desayuno ya había logrado seducir a dos enfermeras del turno de noche.
Buena parte del personal femenino del hospital, más de la mitad de las pacientes y algunas visitas cayeron en el hechizo del pequeño seductor. Los rumores sobre las conquistas del paciente donjuanesco se extendieron por el hospital mucho antes de que Värni volviera a poder sostenerse en pie. Por culpa de la insaciable lujuria de nuestro amigo la productividad de las trabajadoras del hospital disminuyó más de un quince por ciento, haciendo que la lista de espera de la región se incrementara en más de dos días en algunas especialidades copadas por cirujanas.
Una sobremesa, por hablar de algo con su mujer, el doctor Ereo comentó que tenían un paciente que había salido del coma y tenía revuelto al hospital con sus apetitos desenfrenados. Nïta recordó al pequeño Värni, al que mató en su vorágine asesina. Había leído sobre él en el diario personal de su madre, y se deleitó especialmente con cada golpe que le propinó en la paliza que parecía no terminar nunca. ¿Y si Värni no hubiera muerto? ¡Debía ir a verle al hospital y saber si seguía vivo!
Unos meses atrás Nïta dio a luz a su primogénito, y ya estaba encinta de su segunda hija, a la que llamaría Lörna, como su madre hizo con ella. Acompañada de su bebé, y ataviada con un vestido sugerente que realzaba sus atributos naturales, se presentó sin avisar en la habitación del lascivo cuarentón.
-¿Värni, eres tú? ¡Estás vivo!
-¿Quién eres tú? ¿Nos conocemos? Es que tengo tan mala memoria para las caras…
Nïta se quitó el abrigo, dejando a la vista su generoso escote. A Värni se le abrió la boca mientras susurraba: -Estoy seguro que no nos hemos visto antes, me acordaría de ti.
-Hola Värni. No me recuerdas, pero yo te di la paliza que casi te mata, he venido para pedirte perdón.
-Claro que te perdono, corazón. Con semejantes pechos una mujer puede hacer lo que quiera con un hombre sin tener que darle explicaciones.
Unas semanas después, Värni salió del hospital para mudarse con su nueva amiga Nïta, que le compensó de esta forma por haberle dejado en coma tras golpearlo brutalmente. Värni le ayudaría a cuidar a su bebé mientras estaba embarazada, y las zalamerías del soltero vendrían bien al orgullo de su anfitriona, ya que su esposo Ben no prodigaba sus halagos. Al doctor le agradó la idea desde el primer momento porque “debemos ayudar al prójimo siempre que lo necesite, sobre todo cuando le hace falta por nuestra causa”. De esta forma, Värni abandonó el hospital cinco años después de que una ambulancia lo trasladase desde el callejón en el que un indigente lo encontró al borde de la muerte. El atento enfermero que tanto hizo por su recuperación, sentía que se le rompía el corazón al verlo partir. -Hasta siempre, amor mío- musitó el inconsolable violador. -Nunca te olvidaré.