Tal vez sea sólo mi alocada imaginación, pero me pareció notar un fugaz destello de deseo en sus ojos. Esos ojos claros me miraban y sentía poder ver a través de ellos el interior de su mente. Se trataba de mí, en otra vida y nacido en otro tiempo. Sin embargo se trataba de la misma criatura sobre la que el mundo ejercía sus inevitables transformaciones. El interior era el mismo, oculto bajo las apariencias y el torrente de hormonas propio de esa edad. Yo mismo aún sentía la sensación de inmenso poder y la oportunidad, al alcance de la mano, de realizar sin apenas esfuerzo cualquier hercúlea tarea. Pronto ese sentimiento desaparecía y era reemplazado por un paralizante temor ante todo y ante todos.
Quince años recién cumplidos, en plena adolescencia, y yo en la madurez, tal como lo veía entonces, a punto de celebrar mi trigésimo octavo cumpleaños. Un abismo insalvable y por si eso no bastara, la ley no se ponía de nuestro lado porque hasta podrían acusarme de corrupción de menores, como si eso fuera posible desde que existe internet.
Siempre me vanaglorio de ser una persona que da más importancia al interior que al físico, siempre que este no sea en extremo desagradable. Dicho esto, he de confesar que anoche me vi obligado a buscar asiento apresuradamente para evitar que alguien percibiera un bulto sospechoso en mis estrechos y ceñidos pantalones. Sé que en las discotecas hay poca luz, y es improbable que nadie dirija su mirada justo bajo mi cinturón. No obstante, mi pudor me impedía permanecer de pie en esa incómoda y a la vez morbosa situación.
-¡Esto tiene que acabar!- me dije a mí mismo -¡Yo siempre me enamoro del intelecto, al menos así ha sido en estos últimos años. Ya no soy como esos seres superficiales que se sienten atraídos por un cuerpo bonito!- Tras ver aquellos ojos y esa sonrisa, ni yo mismo creía en mi estúpida diatriba.
Con mi dilatada experiencia pude encandilar a Alëx y hacer que sólo tuviera miradas para mí. Claro que él también puso su parte con la perfecta ejecución de calculados movimientos de cabeza que dejaban ver tentador su blanco cuello aún imberbe o acaso perfectamente rasurado. Pese a su corta edad y aparente nula experiencia, se manejaba muy bien. Seguro que le venía de familia.
Estos eran los pensamientos de Sören al ver a su hijo bailar intentando seducirle en aquel recinto de desenfreno y perdición. Tras su cita en la cafetería, una cosa había conducido a otra sin remedio, pensarían ambos excusándose días después. La eterna constante en la historia de la humanidad, el inexorable devenir de los acontecimientos que nos empuja sin posibilidad alguna de zafarnos ante nuestro destino, a veces trágico y conveniente sólo en contadas ocasiones. Aunque Sören entreveía desde que salieron de la cafetería como iban a terminar la noche, lo que jamás podría haber imaginado era lo que había de suceder a la mañana siguiente en su inconfundible piso de soltero triunfador. Un ático moderno, funcional, espacioso y bien iluminado.
Quince años recién cumplidos, en plena adolescencia, y yo en la madurez, tal como lo veía entonces, a punto de celebrar mi trigésimo octavo cumpleaños. Un abismo insalvable y por si eso no bastara, la ley no se ponía de nuestro lado porque hasta podrían acusarme de corrupción de menores, como si eso fuera posible desde que existe internet.
Siempre me vanaglorio de ser una persona que da más importancia al interior que al físico, siempre que este no sea en extremo desagradable. Dicho esto, he de confesar que anoche me vi obligado a buscar asiento apresuradamente para evitar que alguien percibiera un bulto sospechoso en mis estrechos y ceñidos pantalones. Sé que en las discotecas hay poca luz, y es improbable que nadie dirija su mirada justo bajo mi cinturón. No obstante, mi pudor me impedía permanecer de pie en esa incómoda y a la vez morbosa situación.
-¡Esto tiene que acabar!- me dije a mí mismo -¡Yo siempre me enamoro del intelecto, al menos así ha sido en estos últimos años. Ya no soy como esos seres superficiales que se sienten atraídos por un cuerpo bonito!- Tras ver aquellos ojos y esa sonrisa, ni yo mismo creía en mi estúpida diatriba.
Con mi dilatada experiencia pude encandilar a Alëx y hacer que sólo tuviera miradas para mí. Claro que él también puso su parte con la perfecta ejecución de calculados movimientos de cabeza que dejaban ver tentador su blanco cuello aún imberbe o acaso perfectamente rasurado. Pese a su corta edad y aparente nula experiencia, se manejaba muy bien. Seguro que le venía de familia.
Estos eran los pensamientos de Sören al ver a su hijo bailar intentando seducirle en aquel recinto de desenfreno y perdición. Tras su cita en la cafetería, una cosa había conducido a otra sin remedio, pensarían ambos excusándose días después. La eterna constante en la historia de la humanidad, el inexorable devenir de los acontecimientos que nos empuja sin posibilidad alguna de zafarnos ante nuestro destino, a veces trágico y conveniente sólo en contadas ocasiones. Aunque Sören entreveía desde que salieron de la cafetería como iban a terminar la noche, lo que jamás podría haber imaginado era lo que había de suceder a la mañana siguiente en su inconfundible piso de soltero triunfador. Un ático moderno, funcional, espacioso y bien iluminado.