Sören no podía creerse lo que le estaba pasando. Tenía pensado romper con el cargante Imär y ahora tenía a dos muchachos viviendo con él. Así, empezó a beber más de la cuenta y antes de que pudiera advertirlo, se había convertido en un beodo que se balancea erráticamente entre paredes y farolas. La terapia en alcohólicos anónimos no surtió efecto, y tras varios meses acabando con botellas de licor como si estuviera comiendo pipas, una noche deliró con tremendismo. Su hígado era totalmente inservible.
Inmerso en el ataque que sufrió, Sören se vio rodeado de distintos bichos con formas y movimientos serpenteantes. En vez de gritar aterrorizado e intentar huir de ellos, se sintió súbitamente excitado. Hasta entonces no había sabido que si había algo que le gustara más que los jóvenes muchachos rubios de ojos azules, eran las pizpiretas lombrices y las infatigables hormigas. Por suerte, cuando se despertó en la cama del hospital tras sufrir un desvanecimiento, no se acordaba de nada y por eso pudo regresar sin problemas a su aceptable homosexualidad ejercida en exclusiva con humanos y con algún que otro robot artificial y convenientemente amanerado.
-¿Cómo llamarías a un primo tuyo que es muy mono? “Primote”- Este era otro de los penosos chistes que Imär inventaba, apuntaba ufano en un papel y luego contaba repetidamente hasta la náusea. Si no funcionaban a la primera, ¿por qué esperaba que más tarde ocurriese lo contrario? El desesperado Alëx había probado con no inmutarse ante las chanzas del vanidoso ciclista que decía ser su padrastro, pero aquello no conseguía disuadirle de continuar con las bromas de pésimo gusto. Así que un día se rió a carcajadas, pero sólo consiguió estimularle más a proseguir con la disparatada retahíla de despropósitos. Las reacciones intermedias tampoco funcionaban. -Se abre el telón y aparece una vocal muy delgada declarando en un juicio. El abogado la confunde y la vocal se contradice. ¿Cómo se llama la epopeya? “La I-liada”- Si algo era admirable de Imär era su tozudez y su inexistente sentido del ridículo. -¿Cómo llamarías a alguien que te persigue constantemente para matarte? “Acechino”- Alëx se convulsionó de dolor psicológico, en una agonía no fingida. Aquello era una tortura, era como ver la ejecución de una magistral obra de Shakespeare por un grupo de aficionados sin talento con sobrepeso, alopecia y seborrea.
Sören, por haber sido tan insensato como para cambiar el tema por el alcohol, ahora necesitaba un trasplante de hígado si quería seguir con vida. Por un asunto ético que nunca quedó bien explicado, a Sören le era imposible aceptar un hígado por el que tuviera que pagar, así que la única alternativa era una donación desinteresada de alguno de sus conocidos. Los pocos que se sometieron a la prueba de compatibilidad obtuvieron un resultado negativo con la excepción de su hijo Alëx, que se mostró encantado con la idea de ofrecer a su padre una parte de sí mismo y así tener un motivo perenne para extorsionarlo y obtener su favor siempre que lo necesitara.
Inmerso en el ataque que sufrió, Sören se vio rodeado de distintos bichos con formas y movimientos serpenteantes. En vez de gritar aterrorizado e intentar huir de ellos, se sintió súbitamente excitado. Hasta entonces no había sabido que si había algo que le gustara más que los jóvenes muchachos rubios de ojos azules, eran las pizpiretas lombrices y las infatigables hormigas. Por suerte, cuando se despertó en la cama del hospital tras sufrir un desvanecimiento, no se acordaba de nada y por eso pudo regresar sin problemas a su aceptable homosexualidad ejercida en exclusiva con humanos y con algún que otro robot artificial y convenientemente amanerado.
-¿Cómo llamarías a un primo tuyo que es muy mono? “Primote”- Este era otro de los penosos chistes que Imär inventaba, apuntaba ufano en un papel y luego contaba repetidamente hasta la náusea. Si no funcionaban a la primera, ¿por qué esperaba que más tarde ocurriese lo contrario? El desesperado Alëx había probado con no inmutarse ante las chanzas del vanidoso ciclista que decía ser su padrastro, pero aquello no conseguía disuadirle de continuar con las bromas de pésimo gusto. Así que un día se rió a carcajadas, pero sólo consiguió estimularle más a proseguir con la disparatada retahíla de despropósitos. Las reacciones intermedias tampoco funcionaban. -Se abre el telón y aparece una vocal muy delgada declarando en un juicio. El abogado la confunde y la vocal se contradice. ¿Cómo se llama la epopeya? “La I-liada”- Si algo era admirable de Imär era su tozudez y su inexistente sentido del ridículo. -¿Cómo llamarías a alguien que te persigue constantemente para matarte? “Acechino”- Alëx se convulsionó de dolor psicológico, en una agonía no fingida. Aquello era una tortura, era como ver la ejecución de una magistral obra de Shakespeare por un grupo de aficionados sin talento con sobrepeso, alopecia y seborrea.
Sören, por haber sido tan insensato como para cambiar el tema por el alcohol, ahora necesitaba un trasplante de hígado si quería seguir con vida. Por un asunto ético que nunca quedó bien explicado, a Sören le era imposible aceptar un hígado por el que tuviera que pagar, así que la única alternativa era una donación desinteresada de alguno de sus conocidos. Los pocos que se sometieron a la prueba de compatibilidad obtuvieron un resultado negativo con la excepción de su hijo Alëx, que se mostró encantado con la idea de ofrecer a su padre una parte de sí mismo y así tener un motivo perenne para extorsionarlo y obtener su favor siempre que lo necesitara.