Krox acompañó a su novia a la inauguración de Mujeres Haciendo Cosas. Bajo ese título la joven promesa Biril Bërgen, amigo íntimo de Krox, había sintetizado en doce fotografías la esencia del feminismo. Tal como se decía en el folleto de la exposición “Este proyecto pretende enfrentar al espectador ante dos imágenes de mujeres. Estas dos imágenes se oponen y complementan y predisponen a quien las contempla a tomar partido. De esta forma, se pretende inducir a la reflexión sobre la realidad de la mujer y su rol en la sociedad.” Pronto se vio que el público especializado no tuvo la suficiente audacia para captar lo que el joven Biril había querido plasmar en su obra.
La muestra se dividía en seis pares de fotos, seis despropósitos que hacían difícil la tarea de elegir uno de ellos en el que centrar las críticas. Por eso los grupos de visitantes aturdidos se movían como sonámbulos de uno a otro par de fotos, incapaces de discernir cuál de ellos representaba un mayor insulto a las mujeres.
La muestra la abría el díptico titulado Reconocimiento del trabajo. En él se contraponían una mujer robusta que sostenía en sus abundantes senos dos tazas de café y otra mujer, que habiendo dedicado toda su vida a la restauración, recibía de manos del consejero de industria una medalla al mérito en el trabajo. Esta segunda señora lucía demasiado maquillada. La escena sucedía en el interior del local donde trabajaba la mujer, y la homenajeada se hallaba rodeada por estanterías repletas de bebidas alcohólicas. Al fondo otra señora de mediana edad se ajustaba las gafas, como dudando de que aquella escena fuera posible.
¿Qué quería expresar el joven Bërgen con esto? Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero la mayoría pensaba que quería decir que las mujeres sólo valen para ser camareras y como objetos sexuales. Algunos adujeron el simbolismo del seno como fuente de alimento en la infancia, pero fueron silenciados por las miradas desaprobadoras del resto de visitantes, que se agolpaban incrédulos ante las fotografías.
En el segundo díptico, llamado La lucha por los derechos de la mujer, se presentaban dos damas decimonónicas con un cartel en el que figuraba la reivindicación “votes for women”. En la fotografía que completaba la estampa, una rubia siliconada posaba en el interior de un cuadrado formado por libros apilados.
Muy comentada fue una de las fotos de Pasiones, en la que dos mujeres, seguramente madre e hija, paseaban del brazo por un parque. Ambas reían y la más anciana comía una torta redonda. ¿Por qué una señora mayor y una hija no pueden pasar un rato tranquilas merendando en el parque? ¿Qué tiene Bërgen en contra de las mujeres?
En Nuevas tecnologías una señora pretendía tomar una fotografía, pero equivocaba el sentido de la cámara y sacaba un primer plano de su ojo. El artista quería expresar la necesidad de introducir a las mujeres de más edad en este campo, logrando que siguieran completamente integradas en la sociedad. El público entendió que permitir que las mujeres usen nuevas tecnologías no sirve de nada, porque son inútiles y no las saben aprovechar.
Oh, pobre, pobre Biril Bërgen. No valía como artista conceptual, qué tragedia. Todos sus desvelos dedicados al y para el arte. Desde que se decantó por los estudios preuniversitarios de arte, limitando el abanico de carreras a las que podía tener acceso, pasando por la titulación doble de bellas artes e historia del arte, y acabando con el máster de vanguardias, en donde sobresalió con sus conocimientos de cubismo.
Su trabajo no había servido para nada. Nadie entendía su arte. Toda su trayectoria profesional al traste. Peor aún, toda una vida dedicada a ello en vano. Nadie lo apreció. Ni siquiera sus mejores amigos fingieron una leve aceptación. Sólo Krox lo intentó diciendo “Creo que si las miro mucho, puedo llegar a entender tu arte… En el último par de imágenes, El cortejo, vemos como la mujer pasa de una posición sumisa a tener el poder de menospreciar a los pretendientes”. Pero su voz sonó falsa, y su mirada rehuía el contacto con la del artista.
Krox reservó sus zalamerías para una ocasión mejor. Todos sabían que ninguna de las mujeres que acudió a la inauguración estaría receptiva a las muestras de galantería de sus acompañantes. Ellas se sentían heridas en lo más profundo de la concepción de su yo, y lo más molesto es que no entendían muy bien el porqué.
Tras unas semanas en las que el boca a boca condujo a una pequeña multitud de curiosos a la galería de arte, el número de visitantes comenzó a disminuir. Nadie mostró interés en adquirir ninguna pieza de la exhibición. Los críticos se mostraron contrariados y afirmaron desconocer las motivaciones del artista. Ni siquiera el previsto suicidio de Biril pudo lograr que se vendieran sus incomprendidas obras. La dureza mostrada por Lörna ante la muerte del amigo de su novio desencadenó su ruptura. Krox necesitaba una mujer con sentimientos, una mujer que le entendiera y se mostrara cariñosa y comprensiva cuando las circunstancias así lo requirieran. Krox necesitaba comprar un robot.
La muestra se dividía en seis pares de fotos, seis despropósitos que hacían difícil la tarea de elegir uno de ellos en el que centrar las críticas. Por eso los grupos de visitantes aturdidos se movían como sonámbulos de uno a otro par de fotos, incapaces de discernir cuál de ellos representaba un mayor insulto a las mujeres.
La muestra la abría el díptico titulado Reconocimiento del trabajo. En él se contraponían una mujer robusta que sostenía en sus abundantes senos dos tazas de café y otra mujer, que habiendo dedicado toda su vida a la restauración, recibía de manos del consejero de industria una medalla al mérito en el trabajo. Esta segunda señora lucía demasiado maquillada. La escena sucedía en el interior del local donde trabajaba la mujer, y la homenajeada se hallaba rodeada por estanterías repletas de bebidas alcohólicas. Al fondo otra señora de mediana edad se ajustaba las gafas, como dudando de que aquella escena fuera posible.
¿Qué quería expresar el joven Bërgen con esto? Nadie lo sabía a ciencia cierta, pero la mayoría pensaba que quería decir que las mujeres sólo valen para ser camareras y como objetos sexuales. Algunos adujeron el simbolismo del seno como fuente de alimento en la infancia, pero fueron silenciados por las miradas desaprobadoras del resto de visitantes, que se agolpaban incrédulos ante las fotografías.
En el segundo díptico, llamado La lucha por los derechos de la mujer, se presentaban dos damas decimonónicas con un cartel en el que figuraba la reivindicación “votes for women”. En la fotografía que completaba la estampa, una rubia siliconada posaba en el interior de un cuadrado formado por libros apilados.
Muy comentada fue una de las fotos de Pasiones, en la que dos mujeres, seguramente madre e hija, paseaban del brazo por un parque. Ambas reían y la más anciana comía una torta redonda. ¿Por qué una señora mayor y una hija no pueden pasar un rato tranquilas merendando en el parque? ¿Qué tiene Bërgen en contra de las mujeres?
En Nuevas tecnologías una señora pretendía tomar una fotografía, pero equivocaba el sentido de la cámara y sacaba un primer plano de su ojo. El artista quería expresar la necesidad de introducir a las mujeres de más edad en este campo, logrando que siguieran completamente integradas en la sociedad. El público entendió que permitir que las mujeres usen nuevas tecnologías no sirve de nada, porque son inútiles y no las saben aprovechar.
Oh, pobre, pobre Biril Bërgen. No valía como artista conceptual, qué tragedia. Todos sus desvelos dedicados al y para el arte. Desde que se decantó por los estudios preuniversitarios de arte, limitando el abanico de carreras a las que podía tener acceso, pasando por la titulación doble de bellas artes e historia del arte, y acabando con el máster de vanguardias, en donde sobresalió con sus conocimientos de cubismo.
Su trabajo no había servido para nada. Nadie entendía su arte. Toda su trayectoria profesional al traste. Peor aún, toda una vida dedicada a ello en vano. Nadie lo apreció. Ni siquiera sus mejores amigos fingieron una leve aceptación. Sólo Krox lo intentó diciendo “Creo que si las miro mucho, puedo llegar a entender tu arte… En el último par de imágenes, El cortejo, vemos como la mujer pasa de una posición sumisa a tener el poder de menospreciar a los pretendientes”. Pero su voz sonó falsa, y su mirada rehuía el contacto con la del artista.
Krox reservó sus zalamerías para una ocasión mejor. Todos sabían que ninguna de las mujeres que acudió a la inauguración estaría receptiva a las muestras de galantería de sus acompañantes. Ellas se sentían heridas en lo más profundo de la concepción de su yo, y lo más molesto es que no entendían muy bien el porqué.
Tras unas semanas en las que el boca a boca condujo a una pequeña multitud de curiosos a la galería de arte, el número de visitantes comenzó a disminuir. Nadie mostró interés en adquirir ninguna pieza de la exhibición. Los críticos se mostraron contrariados y afirmaron desconocer las motivaciones del artista. Ni siquiera el previsto suicidio de Biril pudo lograr que se vendieran sus incomprendidas obras. La dureza mostrada por Lörna ante la muerte del amigo de su novio desencadenó su ruptura. Krox necesitaba una mujer con sentimientos, una mujer que le entendiera y se mostrara cariñosa y comprensiva cuando las circunstancias así lo requirieran. Krox necesitaba comprar un robot.