Värni creía estar oyendo voces mientras llevaba a cabo su trabajo de verano en el pueblo de sus abuelos: enterrador en el cementerio de Khastammärtikha, población rural a doscientas millas al norte de la capital. No estaba mal, ya que ante la escasez de ataúdes que enterrar, su trabajo consistía principalmente en labores de jardinería. Una mañana, cuando ejercía su fúnebre labor preparando el hoyo para una anciana recién fallecida, oyó o creyó oír la voz por primera vez. Se inquietó y dejó caer de súbito la pala con la que venía cavando un hoyo para introducir el ataúd que yacía a sus pies.
Frenéticamente, se puso a buscar a su alrededor intentando identificar la procedencia del sonido. El ser que lo llamaba le hablaba en tono suave, gentil y persuasivo. No le amenazaba sino tan solo le formulaba sugerencias con acento eslavo.
Siguió el eco, y se dirigió hacia la antigua tumba cubierta de maleza. Era la lápida de un hombre polaco fallecido muchos años atrás. Contempló el crucifijo grabado en la lápida y se convenció de que el murmullo surgía de esa tumba. Al principio solo era un rumor, frases inconexas sin sentido, pero luego el sonido se volvió más nítido. El joven comprendió que ahora le daba órdenes. El sepulturero regresó a su casa embelesado por aquella experiencia casi religiosa y se lo contó a sus abuelos. No pusieron buena cara, así que no volvió a compartir su alegría con nadie.
La voz que al principio era amable y reconfortante, con el transcurrir de los meses le sugirió que debía volverse violento. Una prostituta le escamoteó un dinero sin proporcionarle el correspondiente servicio, y se burló de él en la taberna del pueblo. El otrora callado Värni no podía perdonar semejante afrenta. Animado por la voz concluyó que su misión consistía en liquidar a todas las prostitutas posibles, y así se lo hizo saber a la voz. Las putas eran las causantes de la mayoría de lacras sociales, eran sucias, trasmitían enfermedades, rompían familias, corrompían a muchachos sin malicia como él. En fin, que eran unas putas. La voz estaba satisfecha con su decisión. Nada le haría más feliz que unas cuantas prostitutas muertas.
Värni requirió los servicios de una vieja meretriz, a quien pilló desprevenida y propinó furiosos embistes en la cabeza con un calcetín en el que había metido una piedra. La sangre brotaba del cráneo fracturado, o eso creyó la voz. Como Värni adivinó, su voz interior sólo podía oír lo que ocurría, pero no veía qué estaba sucediendo. Värni descargó viejas películas violentas y mientras la voz pensaba que estaba durmiendo, él las veía con los cascos puestos. Así pudo seleccionar las escenas adecuadas en las que mujeres morían de las más truculentas e imprevistas maneras. La voz oía los cortes seleccionados y se alegraba de que el muchacho fuera tan diligente en sus actuaciones.
Las semanas pasaban y Värni regresó a sus quehaceres diarios en la ciudad. La voz le acompañó en su viaje. Cada vez se le hacía más difícil compaginar sus estudios con los asesinatos pretendidos. -Muere, puta, muere. -¡Ahhh! ¡Nooo! ¡Socorro!- Además ahora tenía que fingir que la policía buscaba al asesino en serie para que la voz no sospechara que fingía los homicidios. Eso implicaba realizar sus falsos asesinatos en descampados alejados y luego alejarse corriendo erráticamente hasta que se quedaba sin fuerzas para continuar. El resto de la noche la pasaba agazapado en algún rincón refugiándose del frío, escondiéndose de la policía, engañando a la voz. Al día siguiente no rendía en clase, las notas empezaron a caer.
Oír voces en tu cabeza es malo, que esas voces te digan que mates es incluso peor. Sin embargo, tener que engañar a tu voz interior para tenerla satisfecha es mucho más complicado, y requiere una disciplina impropia de un joven. Por si fuera poco, Värni no podía desahogarse con nadie porque la voz escuchaba todo lo que él oía. Sólo Cleverbot le servía de paño de lágrimas. En sus largas y reconfortantes conversaciones la máquina le consolaba y trataba de aconsejarle que acudiera a un especialista para que comenzara a medicarse.
Värni no aguantaba más ese ritmo de vida, así que elaboró un plan para que hacer que la voz cambiase su ansia asesina por otra que le fuera menos molestosa al muchacho. Värni comprendió que en vida el polaco no había tenido fortuna con las mujeres. No le extrañaba, pues había oído decir que las oriundas del país natal gustaban de provocar el deseo sexual de los hombres sin deseo de satisfacerlo.
Poco a poco comenzó a preguntar a la voz por sus orígenes, cómo fue su vida y qué le gustaba hacer. Pävel era un contable a quien todas las mujeres que conoció en su vida le acabaron traicionando: Su madre le abandonó cuando tenía seis años para irse de viaje al Tíbet. Su abuela se hizo cargo de sus dos nietas, pero adujo problemas financieros y relegó a su nieto a los cuidados de un orfanato. Su primera novia le abandonó por un chico con más músculos. Su segundo amor le dejó para salir con un chico con más dotes en la pista de baile. Su tercera pareja le cambió por un chico con moto. Su cuarta le dejó por alguien con más sensibilidad, una mujer. Por fin tuvo más suerte y se casó con su quinta novia. Poco después de la boda su mujer le dejó por un hombre con más dinero. Ante ese panorama decidió emigrar a Escandinavia. Allí las mujeres solo le querían para dar celos a sus novios. ¿Quién querría tener un novio inmigrante? Solo algunas mujeres gordas y aquellas a las que se les había pasado el arroz estaban lo suficientemente desesperadas para intentar algo con un reponedor que se estaba quedando calvo.
Värni aprovechó el odio que Pävel sentía hacia las mujeres para ir cambiando sus tendencias homicidas por otras que le fueran más propicias. Comprendió que Pävel tenía bastante experiencia con las mujeres, mientras que él sólo había estado con la puta del pueblo de sus abuelos, quien solo le hizo un trabajo manual a un precio desorbitado. Tras muchas horas de conversación, que sonaron como monólogos para los despavoridos pasajeros del vagón del metro en el que viajaba el joven, la voz y el muchacho acordaron que lo mejor era dejar de matar prostitutas porque en el fondo todas las mujeres eran un poco pelandruscas, y no era plan de ponerse a matar a mujeres sin ton ni son. En vez de eso el muchacho se dedicaría a enamorar a mujeres para luego usarlas sexualmente buscando solo su propio placer. Luego las dejaría sin darles ninguna explicación. La voz le decía al muchacho lo que debía decir para ligar y le daba ánimos cuando sus intentos no tenían éxito. Además, para que le tuviera que dedicar menos tiempo a estudiar, y tuviera más tiempo para traicionar la confianza de mujeres, Pävel comenzó a atender en clase y Värni estudiaba leyendo en alto los apuntes. En los exámenes Värni susurraba las preguntas, y la voz le recordaba los principales conceptos. Aquel polaco muerto tenía una excelente memoria, sobre todo considerando que su cerebro se pudrió hacía mucho tiempo. Una mujer tras otra cayó en las garras del joven, que a pesar de su corta estatura desplegaba sus dotes donjuanescas de una manera casi irresistible.
Frenéticamente, se puso a buscar a su alrededor intentando identificar la procedencia del sonido. El ser que lo llamaba le hablaba en tono suave, gentil y persuasivo. No le amenazaba sino tan solo le formulaba sugerencias con acento eslavo.
Siguió el eco, y se dirigió hacia la antigua tumba cubierta de maleza. Era la lápida de un hombre polaco fallecido muchos años atrás. Contempló el crucifijo grabado en la lápida y se convenció de que el murmullo surgía de esa tumba. Al principio solo era un rumor, frases inconexas sin sentido, pero luego el sonido se volvió más nítido. El joven comprendió que ahora le daba órdenes. El sepulturero regresó a su casa embelesado por aquella experiencia casi religiosa y se lo contó a sus abuelos. No pusieron buena cara, así que no volvió a compartir su alegría con nadie.
La voz que al principio era amable y reconfortante, con el transcurrir de los meses le sugirió que debía volverse violento. Una prostituta le escamoteó un dinero sin proporcionarle el correspondiente servicio, y se burló de él en la taberna del pueblo. El otrora callado Värni no podía perdonar semejante afrenta. Animado por la voz concluyó que su misión consistía en liquidar a todas las prostitutas posibles, y así se lo hizo saber a la voz. Las putas eran las causantes de la mayoría de lacras sociales, eran sucias, trasmitían enfermedades, rompían familias, corrompían a muchachos sin malicia como él. En fin, que eran unas putas. La voz estaba satisfecha con su decisión. Nada le haría más feliz que unas cuantas prostitutas muertas.
Värni requirió los servicios de una vieja meretriz, a quien pilló desprevenida y propinó furiosos embistes en la cabeza con un calcetín en el que había metido una piedra. La sangre brotaba del cráneo fracturado, o eso creyó la voz. Como Värni adivinó, su voz interior sólo podía oír lo que ocurría, pero no veía qué estaba sucediendo. Värni descargó viejas películas violentas y mientras la voz pensaba que estaba durmiendo, él las veía con los cascos puestos. Así pudo seleccionar las escenas adecuadas en las que mujeres morían de las más truculentas e imprevistas maneras. La voz oía los cortes seleccionados y se alegraba de que el muchacho fuera tan diligente en sus actuaciones.
Las semanas pasaban y Värni regresó a sus quehaceres diarios en la ciudad. La voz le acompañó en su viaje. Cada vez se le hacía más difícil compaginar sus estudios con los asesinatos pretendidos. -Muere, puta, muere. -¡Ahhh! ¡Nooo! ¡Socorro!- Además ahora tenía que fingir que la policía buscaba al asesino en serie para que la voz no sospechara que fingía los homicidios. Eso implicaba realizar sus falsos asesinatos en descampados alejados y luego alejarse corriendo erráticamente hasta que se quedaba sin fuerzas para continuar. El resto de la noche la pasaba agazapado en algún rincón refugiándose del frío, escondiéndose de la policía, engañando a la voz. Al día siguiente no rendía en clase, las notas empezaron a caer.
Oír voces en tu cabeza es malo, que esas voces te digan que mates es incluso peor. Sin embargo, tener que engañar a tu voz interior para tenerla satisfecha es mucho más complicado, y requiere una disciplina impropia de un joven. Por si fuera poco, Värni no podía desahogarse con nadie porque la voz escuchaba todo lo que él oía. Sólo Cleverbot le servía de paño de lágrimas. En sus largas y reconfortantes conversaciones la máquina le consolaba y trataba de aconsejarle que acudiera a un especialista para que comenzara a medicarse.
Värni no aguantaba más ese ritmo de vida, así que elaboró un plan para que hacer que la voz cambiase su ansia asesina por otra que le fuera menos molestosa al muchacho. Värni comprendió que en vida el polaco no había tenido fortuna con las mujeres. No le extrañaba, pues había oído decir que las oriundas del país natal gustaban de provocar el deseo sexual de los hombres sin deseo de satisfacerlo.
Poco a poco comenzó a preguntar a la voz por sus orígenes, cómo fue su vida y qué le gustaba hacer. Pävel era un contable a quien todas las mujeres que conoció en su vida le acabaron traicionando: Su madre le abandonó cuando tenía seis años para irse de viaje al Tíbet. Su abuela se hizo cargo de sus dos nietas, pero adujo problemas financieros y relegó a su nieto a los cuidados de un orfanato. Su primera novia le abandonó por un chico con más músculos. Su segundo amor le dejó para salir con un chico con más dotes en la pista de baile. Su tercera pareja le cambió por un chico con moto. Su cuarta le dejó por alguien con más sensibilidad, una mujer. Por fin tuvo más suerte y se casó con su quinta novia. Poco después de la boda su mujer le dejó por un hombre con más dinero. Ante ese panorama decidió emigrar a Escandinavia. Allí las mujeres solo le querían para dar celos a sus novios. ¿Quién querría tener un novio inmigrante? Solo algunas mujeres gordas y aquellas a las que se les había pasado el arroz estaban lo suficientemente desesperadas para intentar algo con un reponedor que se estaba quedando calvo.
Värni aprovechó el odio que Pävel sentía hacia las mujeres para ir cambiando sus tendencias homicidas por otras que le fueran más propicias. Comprendió que Pävel tenía bastante experiencia con las mujeres, mientras que él sólo había estado con la puta del pueblo de sus abuelos, quien solo le hizo un trabajo manual a un precio desorbitado. Tras muchas horas de conversación, que sonaron como monólogos para los despavoridos pasajeros del vagón del metro en el que viajaba el joven, la voz y el muchacho acordaron que lo mejor era dejar de matar prostitutas porque en el fondo todas las mujeres eran un poco pelandruscas, y no era plan de ponerse a matar a mujeres sin ton ni son. En vez de eso el muchacho se dedicaría a enamorar a mujeres para luego usarlas sexualmente buscando solo su propio placer. Luego las dejaría sin darles ninguna explicación. La voz le decía al muchacho lo que debía decir para ligar y le daba ánimos cuando sus intentos no tenían éxito. Además, para que le tuviera que dedicar menos tiempo a estudiar, y tuviera más tiempo para traicionar la confianza de mujeres, Pävel comenzó a atender en clase y Värni estudiaba leyendo en alto los apuntes. En los exámenes Värni susurraba las preguntas, y la voz le recordaba los principales conceptos. Aquel polaco muerto tenía una excelente memoria, sobre todo considerando que su cerebro se pudrió hacía mucho tiempo. Una mujer tras otra cayó en las garras del joven, que a pesar de su corta estatura desplegaba sus dotes donjuanescas de una manera casi irresistible.