Dicen que pisar caca de perro da buena suerte. Quienes lo afirman no creen de verdad lo que dicen, pues de lo contrario preferirían andar sobre el césped de los parques en vez de por las aceras, buscando de esta forma pisar mierda para ser afortunados.
Para la gran mayoría pisar estos regalos supone algo negativo, cuya gravedad depende sobre todo de cómo sean las suelas de los zapatos que se lleven en ese momento. Si la suela es lisa y hay un jardín cerca con el que limpiarse, el incidente puede ser rápidamente olvidado. En cambio, si se usa calzado con intrincados dibujos en la suela y al darnos cuenta nos encontramos en casa, el incidente puede convertirse en un pequeño drama.
Hay algo paradójico en pisar caca de perro. Casi nunca se pisa cuando se tiene un buen día. Esto es así porque las probabilidades de acabar con los zapatos malolientes aumentan cuando se ataja por jardines, signo de que se tiene prisa, o cuando no se camina con la suficiente atención, frecuentemente porque se está pensando en algún asunto acuciante que ocupa nuestro interés. Por estas razones se suele pisar mierda en días en los que se está estresado. De esta forma, cuando nos sucede esta nimia desgracia estamos predispuestos a considerarla como uno más de los reveses que en ese momento nos acontecen, y en ocasiones actúa como desencadenante de un ataque de ira.
Lo bueno de pisar un zurullo es que más bien pronto que tarde nos libramos de las indeseables consecuencias que este leve infortunio nos acarrea. Sin embargo hay algo que puede equiparse con pisar mierda pero la principal diferencia es que las consecuencias se dilatan en el tiempo. A lo que nos referimos no es a otra cosa sino tener un hijo, aunque bien pudiéramos estar hablando de firmar una hipoteca o decir a tu jefe “no importa, yo me encargo”.
Tener un hijo es algo que debe meditarse cuidadosamente. Es una de las decisiones más importantes de nuestra vida y no debe tomarse a la ligera. Si compras un perro y al cabo de un tiempo te cansan sus cuidados, se vuelve agresivo o descubres que eres alérgico, siempre puedes regalárselo a algún conocido o mandarlo sacrificar. Hace mucho tiempo que no está bien visto regalar niños, por no hablar de lo que se opinaría en los medios de comunicación si alguien sacrificase a sus hijos al no poderlos mantener. Los niños pequeños y los perros no son tan diferentes: los bebés lloran, los perros ladran; los bebés se hacen caca y se mean, como lo hacen los perros; los dos necesitan comida especial y hay que vacunarlos cada cierto tiempo; a ambos hay que sacarlos a pasear, la única diferencia es que mientras unos van en silla los otros tienen que ir sujetos con una correa. En general los niños y los perros son cariñosos y podemos enseñarles trucos para demostrar a las amistades lo listo que es nuestro hijo o mascota. Tanto si tenemos un perro o un niño vamos a tener que acostumbrarnos a limpiar caca hasta que aprendan a hacer sus necesidades en el lugar apropiado.
A pesar de todas estas similitudes, un perro como mucho nos acompañará poco más de una década mientras que un hijo puede llegar a ser una tara para toda la vida. Tener un hijo es como pisar una mierda y no poder despegártela del zapato hasta pasados por lo menos veinte años. Al final te acabas acostumbrando a ella y no te puedes imaginar la vida sin esa plasta que no se despega de ti. Tú no lo notas pero los demás perciben el olor que desprendes allá donde vayas: ahora tienes hijos. Despídete de tu tiempo libre y de todo lo divertido que hacías hasta ahora. Ya no vives para satisfacer tus deseos y necesidades. Ahora lo primordial es que tu hijo esté bien. Vas a relegar tu felicidad para que tu hijo se encuentre lo mejor posible. ¿No sería mejor comprar un adorable cachorrito? Siempre podrías dejar la plasta en la calle si nadie está mirando.
Imär Mälden fue al jardín de infancia Rayitas, donde se hacía gala de que todas las cuidadoras eran drogodependientes. Como las sustancias que tomaban les dejaban tranquilas y felices ninguna sería violenta con los niños. Los padres podían estar despreocupados dejando a sus hijos en manos de 'las pupilas dilatadas'. Así se hacía llamar la peña que reunía a las trabajadoras de Rayitas, el único centro de la ciudad con certificado de calidad.
El pequeño Imär, el primogénito de Ihrën Mälden, era un precioso bebé rubio de ojos azules a quien las señoras por la calle a menudo confundían con una niña pese a los esfuerzos de su madre, Ingrid, por vestirle de azul y cortarle el pelo casi al cero. Esos grandes ojos con unas pestañas impropias de su género hacían que todo el mundo asumiera que era homosexual. Imär no era alguien a quien le gustara llevar la contraria, así que nunca se planteó su tendencia y aceptó que si todo el mundo pensaba eso seguramente llevarían razón.
La prima de Imär, Nïta, hija única de Lörna acompañó a su primo a la guardería, aunque no congenió demasiado bien con él. Cuando tuvieron tres años empezaron a ir al colegio, abandonando a sus queridas cuidadoras de la guardería, de las que aprendieron la importancia de compartir con los demás y no tener miedo a probar cosas nuevas.
A la casa de Imär solían acudir a cenar viejos conocidos de sus padres, pero el niño ya estaba acostado para cuando los extraños invadían sus sueños con las anécdotas contadas entre risas. Conforme el pequeño crecía, sus padres estimaron conveniente que se relacionase con otros adultos porque leyeron en una revista para padres que los niños que tienen trato con personas ajenas a su círculo familiar obtienen hasta un doce por ciento más de nota en las pruebas de acceso a la universidad. En cuanto Lörna conoció la noticia también quiso que su hija Nïta pasase tiempo con adultos para que no acabase convertida en psicóloga o filósofa.
Encontrar a algún adulto adecuado no era tarea fácil. En primer lugar tendría que tener tiempo libre para poder ir algunas tardes a pasar un rato con los niños. Por desgracia, la mayoría de sus amigos trabajaba hasta tarde. Además, quien fuera a pasar un rato con sus hijos tenía que ser alguien a quien le gustasen los niños. Sus amigos con hijos quedaban automáticamente descartados porque cualquiera que tenga algún hijo en casa aborrecerá los niños como el pastelero mira con desprecio las mejores tartas. Por último, quien fuera el elegido tenía que ser una persona con imaginación, a quién no le costase inventar historias entretenidas. Los únicos conocidos que cumplían estas condiciones eran Krox Guilär y su mujer Kärla, el famoso director y guionista de un buen número de películas en la pasada década y su mujer robot.
A Ihrën no le hizo mucha gracia que un cineasta pasase tiempo a solas con los niños porque “esa gente de la farándula es muy rara”, pero su esposa le convenció porque “si Imär no pasa tiempo con adultos acabará estudiando un grado en algo como derecho o periodismo. ¿De verdad quieres que tu hijo acabe siendo periodista o abogado?”. Tampoco le gustaba al padre que la mujer del exnovio de su hermana hubiera nacido robot, pero tuvo que reconocer que no haría nada malo a los niños porque tenía que seguir la primera ley de la robótica: “No te crees problemas con los humanos, que tienen muy mala leche cuando les buscas las cosquillas”.
Al no poder plantear más objeciones, Lörna llamó a su ex para ver si podía quedarse alguna tarde con los niños. Krox y Kärla se mostraron entusiasmados y accedieron inmediatamente. Como no podían tener hijos propios, los de los demás llenaban ese hueco y hacían más soportable su vida en un hogar compuesto solo por ellos dos.
Krox y Kärla llegaron a casa de los papás de Imär, para quedarse a su cargo de los primos. Nïta, a la que su madre había llevado para que fuera algo de provecho en el futuro, se acercó a Kärla y le preguntó a bocajarro: -¿Cómo de malo es ser una máquina? La robot se echó a llorar, lo que provocó la risa de Imär, que ya desde pequeño demostró la escasa empatía con la que contaba.
Para la gran mayoría pisar estos regalos supone algo negativo, cuya gravedad depende sobre todo de cómo sean las suelas de los zapatos que se lleven en ese momento. Si la suela es lisa y hay un jardín cerca con el que limpiarse, el incidente puede ser rápidamente olvidado. En cambio, si se usa calzado con intrincados dibujos en la suela y al darnos cuenta nos encontramos en casa, el incidente puede convertirse en un pequeño drama.
Hay algo paradójico en pisar caca de perro. Casi nunca se pisa cuando se tiene un buen día. Esto es así porque las probabilidades de acabar con los zapatos malolientes aumentan cuando se ataja por jardines, signo de que se tiene prisa, o cuando no se camina con la suficiente atención, frecuentemente porque se está pensando en algún asunto acuciante que ocupa nuestro interés. Por estas razones se suele pisar mierda en días en los que se está estresado. De esta forma, cuando nos sucede esta nimia desgracia estamos predispuestos a considerarla como uno más de los reveses que en ese momento nos acontecen, y en ocasiones actúa como desencadenante de un ataque de ira.
Lo bueno de pisar un zurullo es que más bien pronto que tarde nos libramos de las indeseables consecuencias que este leve infortunio nos acarrea. Sin embargo hay algo que puede equiparse con pisar mierda pero la principal diferencia es que las consecuencias se dilatan en el tiempo. A lo que nos referimos no es a otra cosa sino tener un hijo, aunque bien pudiéramos estar hablando de firmar una hipoteca o decir a tu jefe “no importa, yo me encargo”.
Tener un hijo es algo que debe meditarse cuidadosamente. Es una de las decisiones más importantes de nuestra vida y no debe tomarse a la ligera. Si compras un perro y al cabo de un tiempo te cansan sus cuidados, se vuelve agresivo o descubres que eres alérgico, siempre puedes regalárselo a algún conocido o mandarlo sacrificar. Hace mucho tiempo que no está bien visto regalar niños, por no hablar de lo que se opinaría en los medios de comunicación si alguien sacrificase a sus hijos al no poderlos mantener. Los niños pequeños y los perros no son tan diferentes: los bebés lloran, los perros ladran; los bebés se hacen caca y se mean, como lo hacen los perros; los dos necesitan comida especial y hay que vacunarlos cada cierto tiempo; a ambos hay que sacarlos a pasear, la única diferencia es que mientras unos van en silla los otros tienen que ir sujetos con una correa. En general los niños y los perros son cariñosos y podemos enseñarles trucos para demostrar a las amistades lo listo que es nuestro hijo o mascota. Tanto si tenemos un perro o un niño vamos a tener que acostumbrarnos a limpiar caca hasta que aprendan a hacer sus necesidades en el lugar apropiado.
A pesar de todas estas similitudes, un perro como mucho nos acompañará poco más de una década mientras que un hijo puede llegar a ser una tara para toda la vida. Tener un hijo es como pisar una mierda y no poder despegártela del zapato hasta pasados por lo menos veinte años. Al final te acabas acostumbrando a ella y no te puedes imaginar la vida sin esa plasta que no se despega de ti. Tú no lo notas pero los demás perciben el olor que desprendes allá donde vayas: ahora tienes hijos. Despídete de tu tiempo libre y de todo lo divertido que hacías hasta ahora. Ya no vives para satisfacer tus deseos y necesidades. Ahora lo primordial es que tu hijo esté bien. Vas a relegar tu felicidad para que tu hijo se encuentre lo mejor posible. ¿No sería mejor comprar un adorable cachorrito? Siempre podrías dejar la plasta en la calle si nadie está mirando.
Imär Mälden fue al jardín de infancia Rayitas, donde se hacía gala de que todas las cuidadoras eran drogodependientes. Como las sustancias que tomaban les dejaban tranquilas y felices ninguna sería violenta con los niños. Los padres podían estar despreocupados dejando a sus hijos en manos de 'las pupilas dilatadas'. Así se hacía llamar la peña que reunía a las trabajadoras de Rayitas, el único centro de la ciudad con certificado de calidad.
El pequeño Imär, el primogénito de Ihrën Mälden, era un precioso bebé rubio de ojos azules a quien las señoras por la calle a menudo confundían con una niña pese a los esfuerzos de su madre, Ingrid, por vestirle de azul y cortarle el pelo casi al cero. Esos grandes ojos con unas pestañas impropias de su género hacían que todo el mundo asumiera que era homosexual. Imär no era alguien a quien le gustara llevar la contraria, así que nunca se planteó su tendencia y aceptó que si todo el mundo pensaba eso seguramente llevarían razón.
La prima de Imär, Nïta, hija única de Lörna acompañó a su primo a la guardería, aunque no congenió demasiado bien con él. Cuando tuvieron tres años empezaron a ir al colegio, abandonando a sus queridas cuidadoras de la guardería, de las que aprendieron la importancia de compartir con los demás y no tener miedo a probar cosas nuevas.
A la casa de Imär solían acudir a cenar viejos conocidos de sus padres, pero el niño ya estaba acostado para cuando los extraños invadían sus sueños con las anécdotas contadas entre risas. Conforme el pequeño crecía, sus padres estimaron conveniente que se relacionase con otros adultos porque leyeron en una revista para padres que los niños que tienen trato con personas ajenas a su círculo familiar obtienen hasta un doce por ciento más de nota en las pruebas de acceso a la universidad. En cuanto Lörna conoció la noticia también quiso que su hija Nïta pasase tiempo con adultos para que no acabase convertida en psicóloga o filósofa.
Encontrar a algún adulto adecuado no era tarea fácil. En primer lugar tendría que tener tiempo libre para poder ir algunas tardes a pasar un rato con los niños. Por desgracia, la mayoría de sus amigos trabajaba hasta tarde. Además, quien fuera a pasar un rato con sus hijos tenía que ser alguien a quien le gustasen los niños. Sus amigos con hijos quedaban automáticamente descartados porque cualquiera que tenga algún hijo en casa aborrecerá los niños como el pastelero mira con desprecio las mejores tartas. Por último, quien fuera el elegido tenía que ser una persona con imaginación, a quién no le costase inventar historias entretenidas. Los únicos conocidos que cumplían estas condiciones eran Krox Guilär y su mujer Kärla, el famoso director y guionista de un buen número de películas en la pasada década y su mujer robot.
A Ihrën no le hizo mucha gracia que un cineasta pasase tiempo a solas con los niños porque “esa gente de la farándula es muy rara”, pero su esposa le convenció porque “si Imär no pasa tiempo con adultos acabará estudiando un grado en algo como derecho o periodismo. ¿De verdad quieres que tu hijo acabe siendo periodista o abogado?”. Tampoco le gustaba al padre que la mujer del exnovio de su hermana hubiera nacido robot, pero tuvo que reconocer que no haría nada malo a los niños porque tenía que seguir la primera ley de la robótica: “No te crees problemas con los humanos, que tienen muy mala leche cuando les buscas las cosquillas”.
Al no poder plantear más objeciones, Lörna llamó a su ex para ver si podía quedarse alguna tarde con los niños. Krox y Kärla se mostraron entusiasmados y accedieron inmediatamente. Como no podían tener hijos propios, los de los demás llenaban ese hueco y hacían más soportable su vida en un hogar compuesto solo por ellos dos.
Krox y Kärla llegaron a casa de los papás de Imär, para quedarse a su cargo de los primos. Nïta, a la que su madre había llevado para que fuera algo de provecho en el futuro, se acercó a Kärla y le preguntó a bocajarro: -¿Cómo de malo es ser una máquina? La robot se echó a llorar, lo que provocó la risa de Imär, que ya desde pequeño demostró la escasa empatía con la que contaba.