Kläus Smith estaba algo temeroso ante la inminente e incómoda situación en la que se vería envuelto al estar obligado a conocer a los padres de su novia. Löis Dazs-Schnäbel era una muchacha dulce, con el cabello del color del fuego y los huesos frágiles. Su delgadez no respondía al seguimiento de una dieta estricta ni al excesivo ejercicio físico. Tal vez tuviese una enorme tenia en su interior alimentándose de ella o puede que sencillamente su metabolismo fuera así.
Löis intentaba calmar en vano a su apuesto compañero. A ella, sus futuros suegros le habían parecido unas personas agradables y emotivas. Algo le decía en su interior que debería advertir a Kläus de la imprevisible personalidad que tenía su padre, pero no quería ponerle más nervioso de lo que ya estaba, así que se puso a hablar de lo bien que iban a congeniar su madre y él. A su padre ni siquiera lo mencionó y a su desprevenido amorcito le pilló por sorpresa.
Llevaban más de media hora en la casa del terror, como más tarde la definiría el timorato Kläus a sus amigos, y ya había presenciado suficiente la delirante conducta del padre de Löis como para darse cuenta de lo que ocurría. Kläus vociferó asustado: -¡Usted está loco!- En la casa se hizo un silencio sepulcral y el futuro abuelo de Sören comenzó a reírse hasta que de pronto se detuvo en seco. -Joven, usted debe estar confundido. Los pobres están locos. Yo tan sólo soy un excéntrico.
Cuando Kläus comprendió lo que había querido decir su suegro con aquellas palabras, supo que tenía que conseguir una gran cantidad de dinero. El dinero da estatus y la posición privilegiada proporciona una gran libertad de acción. Era así de simple, únicamente los pobres estaban locos. Incluso cuando su suegro empeoró sólo se habló de un episodio de enajenación transitoria, y eso que el dicharachero rentista permaneció recluido hasta el fin de sus días en contra de su perturbada voluntad.
A Sören se lo encontró Löis en una hortaliza cuando fue de excursión a los invernaderos que Google Corporation tenía cerca de la ciudad. Le había dejado caer una cigüeña que lo secuestró de un hospital de maternidad parisino ante la incredulidad de la deshinchada madre. Kläus habría preferido tener un perro para poder sacrificarlo sin remordimientos cuando se cansaran de los quehaceres que acarreaba, pero en su bonhomía consintió en los deseos de su esposa a la que estaba unido por un fuerte vínculo de oscuras intenciones e intereses creados.
Sören, que adoptó el apellido de su madre para tener más éxito en la vida, nunca creyó la historia de la cigüeña, París y el repollo. Desde pequeñito supuso que sus padres pagaron una considerable suma de dinero a una joven sin recursos para que les diera a su bebé. En las versiones más rocambolescas de la historia con la que deleitaba a su abuelo cuando iba a verlo al centro de reposo, sus padres secuestraban a una embarazada para arrebatarle al recién nacido, la asesinaban y se deshacían del cadáver de las formas más inverosímiles. El pequeño Sören veía demasiadas series de dibujos animados que no eran apropiadas para su edad. Algo así sólo podía conducir a que acabara teniendo una relación con su hijo o que se sintiese sexualmente atraído por los insectos. Cualquier padre responsable debería preferir que sus vástagos se entretuvieran con páginas web picantes antes de permitir que se aficionaran a los traumáticos dibujos que han destrozado innumerables vidas a lo largo de la historia.
Löis intentaba calmar en vano a su apuesto compañero. A ella, sus futuros suegros le habían parecido unas personas agradables y emotivas. Algo le decía en su interior que debería advertir a Kläus de la imprevisible personalidad que tenía su padre, pero no quería ponerle más nervioso de lo que ya estaba, así que se puso a hablar de lo bien que iban a congeniar su madre y él. A su padre ni siquiera lo mencionó y a su desprevenido amorcito le pilló por sorpresa.
Llevaban más de media hora en la casa del terror, como más tarde la definiría el timorato Kläus a sus amigos, y ya había presenciado suficiente la delirante conducta del padre de Löis como para darse cuenta de lo que ocurría. Kläus vociferó asustado: -¡Usted está loco!- En la casa se hizo un silencio sepulcral y el futuro abuelo de Sören comenzó a reírse hasta que de pronto se detuvo en seco. -Joven, usted debe estar confundido. Los pobres están locos. Yo tan sólo soy un excéntrico.
Cuando Kläus comprendió lo que había querido decir su suegro con aquellas palabras, supo que tenía que conseguir una gran cantidad de dinero. El dinero da estatus y la posición privilegiada proporciona una gran libertad de acción. Era así de simple, únicamente los pobres estaban locos. Incluso cuando su suegro empeoró sólo se habló de un episodio de enajenación transitoria, y eso que el dicharachero rentista permaneció recluido hasta el fin de sus días en contra de su perturbada voluntad.
A Sören se lo encontró Löis en una hortaliza cuando fue de excursión a los invernaderos que Google Corporation tenía cerca de la ciudad. Le había dejado caer una cigüeña que lo secuestró de un hospital de maternidad parisino ante la incredulidad de la deshinchada madre. Kläus habría preferido tener un perro para poder sacrificarlo sin remordimientos cuando se cansaran de los quehaceres que acarreaba, pero en su bonhomía consintió en los deseos de su esposa a la que estaba unido por un fuerte vínculo de oscuras intenciones e intereses creados.
Sören, que adoptó el apellido de su madre para tener más éxito en la vida, nunca creyó la historia de la cigüeña, París y el repollo. Desde pequeñito supuso que sus padres pagaron una considerable suma de dinero a una joven sin recursos para que les diera a su bebé. En las versiones más rocambolescas de la historia con la que deleitaba a su abuelo cuando iba a verlo al centro de reposo, sus padres secuestraban a una embarazada para arrebatarle al recién nacido, la asesinaban y se deshacían del cadáver de las formas más inverosímiles. El pequeño Sören veía demasiadas series de dibujos animados que no eran apropiadas para su edad. Algo así sólo podía conducir a que acabara teniendo una relación con su hijo o que se sintiese sexualmente atraído por los insectos. Cualquier padre responsable debería preferir que sus vástagos se entretuvieran con páginas web picantes antes de permitir que se aficionaran a los traumáticos dibujos que han destrozado innumerables vidas a lo largo de la historia.