Su horripilante apariencia provocó que la infancia de Lörna transcurriese en la más enfermiza humillación constante. Sus padres fantasearon con la idea de dejarla ciega para poder llevarla a una institución educativa especial para este colectivo, pero en el último momento pensaron que ya tenía suficiente desgracia con su aspecto para que encima perdiese la vista. Si se hubieran decidido a despojarla de su visión le habrían hecho un gran favor. Los invidentes la hubiesen tratado mucho mejor que los otros niños, siempre que no hubiera permitido que la palpasen la cara para poder llegar a hacerse una idea de sus desgarradoras facciones.
Como decíamos, la infancia de Lörna fue terrible, no es de extrañar que acabara convertida en asesina en serie y después en actriz cómica. Cuando aún era lo suficiente inocente para pensar que el Wok de verdad era dios, vino al mundo su hermano Ihrën. Su aspecto era ordinario, fruto de la adecuada combinación de unos rasgos no muy afortunados, pero que para ella desearía su hermana. La mediocridad acompañaría a Ihrën toda su vida. Sólo manteniendo una relación con alguien como Sören podría haberse convertido en alguien sobresaliente, pero guiado por el insensible juicio del comparador de gustos y preferencias renunció a un futuro disfrutando de los placeres que solo el interiorismo proporciona y se resignó a los volubles dictámenes de una francesa poco afecta a la depilación axilar.
Ihrën creció en un ambiente que hizo imposible su correcto desarrollo afectivo. Su padre, Könrad, se marchaba a la oficina cuando el sol aún no había hecho acto de presencia y regresaba al hogar demasiado tarde como para que sus pequeños retoños estuvieran despiertos. La madre, Bësta, aficionada en exceso a los programas de telerrealidad, apenas si se ocupaba de sus inaguantables y pedigüeños hijos.
Con este desolador panorama, Ihrën sólo encontraba consuelo en permanecer aislado en su habitación imaginando realidades alternativas más agradables. Su hermana Lörna pagaba su frustración con el permanentemente amoratado cuerpo de su hermanito. Todo era como tenía que ser, cada miembro de la familia representaba a la perfección el rol que la sociedad les había impuesto. Lo más curioso de todo es que estaban convencidos de que llevaban a cabo sus acciones por voluntad propia.
Como decíamos, la infancia de Lörna fue terrible, no es de extrañar que acabara convertida en asesina en serie y después en actriz cómica. Cuando aún era lo suficiente inocente para pensar que el Wok de verdad era dios, vino al mundo su hermano Ihrën. Su aspecto era ordinario, fruto de la adecuada combinación de unos rasgos no muy afortunados, pero que para ella desearía su hermana. La mediocridad acompañaría a Ihrën toda su vida. Sólo manteniendo una relación con alguien como Sören podría haberse convertido en alguien sobresaliente, pero guiado por el insensible juicio del comparador de gustos y preferencias renunció a un futuro disfrutando de los placeres que solo el interiorismo proporciona y se resignó a los volubles dictámenes de una francesa poco afecta a la depilación axilar.
Ihrën creció en un ambiente que hizo imposible su correcto desarrollo afectivo. Su padre, Könrad, se marchaba a la oficina cuando el sol aún no había hecho acto de presencia y regresaba al hogar demasiado tarde como para que sus pequeños retoños estuvieran despiertos. La madre, Bësta, aficionada en exceso a los programas de telerrealidad, apenas si se ocupaba de sus inaguantables y pedigüeños hijos.
Con este desolador panorama, Ihrën sólo encontraba consuelo en permanecer aislado en su habitación imaginando realidades alternativas más agradables. Su hermana Lörna pagaba su frustración con el permanentemente amoratado cuerpo de su hermanito. Todo era como tenía que ser, cada miembro de la familia representaba a la perfección el rol que la sociedad les había impuesto. Lo más curioso de todo es que estaban convencidos de que llevaban a cabo sus acciones por voluntad propia.