Sören tenía eyaculación precoz. Ya de pequeño se corría en los pañales. Desde su más tierna infancia, Sören quería matar a Löis. ¿Cuál era el motivo que le empujó a llevar a cabo esas decenas de intentos de asesinato? Cualquier persona cabal pensaría que los instintos asesinos provenían de un trauma prenatal, pero su inusual conducta no tenía nada que ver con percances físicos o psicológicos previos o posteriores al alumbramiento. Por la mente del pequeño Söri se sucedían sin descanso funestos pensamientos. Él había nacido del vientre de una mujer, poco importaba si era del de Löis o el de una desconocida cualquiera. Mientras sus dos padres siguiesen con vida, era fácil que quisieran hacerse con otro hijo y aquello era inaceptable. Si mataba a su padre, era posible que Löis se emparejara de nuevo y tuviese otro bebé, pero si la mataba a ella, su padre se convertiría en un viudo con un hijo pequeño y no sería nada fácil que encontrase a otra mujer dispuesta a vivir con el recuerdo de la esposa muerta y el estigma de ser la madrastra.
Sören no quería más hermanos, pero no lograba acabar con Löis. Pese a sus vehementes esfuerzos sólo había conseguido morderla los pezones mientras mamaba. Aquello condujo a un destete demasiado temprano que mermó el sistema inmune del bebé. Una meningitis dio al traste con su inteligencia excepcional y le hizo llevar una vida más despreocupada. Tan despreocupada que no tendría reparos en llegar a ser la pareja de su propio hijo, aunque todos le decían que eso era un tabú universal que no debía quebrantarse.
¿Por qué el gobierno no se quedó con el recién nacido Sören si contaba con unas actitudes sobresalientes? La respuesta se encontraba en su alumbramiento. Como él mismo pregonaba, Löis no era su verdadera madre, su madre biológica desapareció en el barril de AHA en el que la introdujo Kläus tras haber dado a luz. Efectivamente, los padres de Sören secuestraron a una embarazada para quedarse con el bebé. El gobierno tuvo constancia de la existencia del niño cuando tenía casi un mes y el padre lo inscribió en el registro de la propiedad. Ya era demasiado tarde para que el poder se interesara por él. Sólo querían recién nacidos sobre quienes los padres no habían tenido otra ninguna influencia salvo los absurdos comentarios a la prominente barriga de la abultada madre.
El niño creció, y con cinco años sufrió el penoso accidente que marcaría de forma indeleble el resto de su infancia. Era un apacible día de abril en el que apenas unas nubes altas y deshilachadas enturbiaban el límpido azul del cielo de la costa báltica. Sus padres estaban distraídos manteniendo una fuerte discusión en el salón y Sören se puso a jugar con el triturador de basura. Kläus quería comprar un triturador de marca, pero Löis impuso su opinión y acudieron a un agobiante establecimiento regentado por orientales. El precio fue mucho menor, pero el triturador no tenía las medidas de seguridad adecuadas para que un niño de cinco años se divirtiera vertiendo el contenido de los estantes más bajos del frigorífico. El resultado: el pie izquierdo amputado por la altura del tobillo y triturado en pequeños trozos no mayores que un guisante.
Al dejarle solo sus padres metieron la pata. Más de un año entero estuvo Sören sin dar pie con bola, y todo por aquel desafortunado traspiés. Y así, desmembradito, los días transcurrieron en la más absoluta desolación para el imprudente niño que antes corría, saltaba y tiraba imprudentemente comida al triturador cuando sus padres no miraban.
Sören no quería más hermanos, pero no lograba acabar con Löis. Pese a sus vehementes esfuerzos sólo había conseguido morderla los pezones mientras mamaba. Aquello condujo a un destete demasiado temprano que mermó el sistema inmune del bebé. Una meningitis dio al traste con su inteligencia excepcional y le hizo llevar una vida más despreocupada. Tan despreocupada que no tendría reparos en llegar a ser la pareja de su propio hijo, aunque todos le decían que eso era un tabú universal que no debía quebrantarse.
¿Por qué el gobierno no se quedó con el recién nacido Sören si contaba con unas actitudes sobresalientes? La respuesta se encontraba en su alumbramiento. Como él mismo pregonaba, Löis no era su verdadera madre, su madre biológica desapareció en el barril de AHA en el que la introdujo Kläus tras haber dado a luz. Efectivamente, los padres de Sören secuestraron a una embarazada para quedarse con el bebé. El gobierno tuvo constancia de la existencia del niño cuando tenía casi un mes y el padre lo inscribió en el registro de la propiedad. Ya era demasiado tarde para que el poder se interesara por él. Sólo querían recién nacidos sobre quienes los padres no habían tenido otra ninguna influencia salvo los absurdos comentarios a la prominente barriga de la abultada madre.
El niño creció, y con cinco años sufrió el penoso accidente que marcaría de forma indeleble el resto de su infancia. Era un apacible día de abril en el que apenas unas nubes altas y deshilachadas enturbiaban el límpido azul del cielo de la costa báltica. Sus padres estaban distraídos manteniendo una fuerte discusión en el salón y Sören se puso a jugar con el triturador de basura. Kläus quería comprar un triturador de marca, pero Löis impuso su opinión y acudieron a un agobiante establecimiento regentado por orientales. El precio fue mucho menor, pero el triturador no tenía las medidas de seguridad adecuadas para que un niño de cinco años se divirtiera vertiendo el contenido de los estantes más bajos del frigorífico. El resultado: el pie izquierdo amputado por la altura del tobillo y triturado en pequeños trozos no mayores que un guisante.
Al dejarle solo sus padres metieron la pata. Más de un año entero estuvo Sören sin dar pie con bola, y todo por aquel desafortunado traspiés. Y así, desmembradito, los días transcurrieron en la más absoluta desolación para el imprudente niño que antes corría, saltaba y tiraba imprudentemente comida al triturador cuando sus padres no miraban.